Estamos convencidos de que la situación que vive Colombia en estos días, es la que tanto hemos temido las personas de bien este país: la pérdida de la democracia. Tal es la razón para que, así sea someramente enumeremos en este y en futuros editoriales algunos de los más acuciantes problemas nacionales y reflexionemos luego sobre lo que puede hacerse para intentar una solución.
Comencemos por la institucionalidad. Colombia se encuentra gobernada por un presidente decente en su manera de ser, pero que ha incumplido varias de sus promesas de campaña o por lo menos esa es la percepción ciudadana.
No se puede culpar únicamente a la pandemia de la covid-19. Al contrario. El presidente Duque la ha manejado con acierto y patriotismo y ha estado bien asesorado por colaboradores de mucho talento. También debe reconocerse a Duque que su gobierno ha manejado la economía con una clara vocación de éxito y que, dentro de las limitaciones económicas heredadas del derroche de Santos, ha logrado llegar con oportunos auxilios monetarios a compatriotas en estado de necesidad absoluta.
Lo que las personas del común echamos de menos en Duque es su debilidad frente a los poderes legislativo y judicial, su manera temerosa de aceptar los ataques que viene recibiendo de los magistrados de las cortes, su peligroso sometimiento a unos poderes que la Constitución prácticamente ha puesto por debajo del suyo, ya que no en balde el Presidente de nuestra República es Jefe del Estado, Jefe del Gobierno, Suprema Autoridad Administrativa y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de la Nación, lo que no es obstáculo para que unos magistrados, cuya autoridad no dimana del pueblo, puesto que no son de elección popular, se sientan con derecho a darle órdenes a quien es cabeza del Estado por decisión popular mayoritaria, y lo que es peor, que el presidente se sienta obligado a cumplirlas. Eso repugna a la democracia y vulnera el principio constitucional de la separación de poderes.
Cuando con más de diez millones de votos elegimos a Iván Duque, estábamos seguros de que haría un gobierno de restablecimiento del derecho y del orden democrático, es decir, que cumpliría la voluntad prioritaria del pueblo cuando en el Plebiscito de octubre del 2016 expresó su terminante negativa al Acuerdo de La Habana, pero al paso de los días vimos, primero con extrañeza y luego con indignación, que no solo seguía gobernando con los amigos y colaboradores de Santos y menospreciando a quienes fueron los soportes de su candidatura presidencial triunfante, sino que priorizaba inmensas cantidades de dinero en el presupuesto nacional para atender los compromisos de Santos, que no del Estado, con los miembros de las Farc, los cuales, por su parte, alegre y cínicamente no solo incumplían lo que acordaron con Santos, sino que se partieron en grupos, unos para ocupar curules regaladas en el congreso, otros para rearmarse y continuar sus ataques contra el pueblo colombiano y otros para vivir cómodamente de cuenta del Estado.
En síntesis: entre el cumplimiento de los compromisos santistas con las Farc, el gobierno con los integrantes del sorosantismo y la debilidad frente a los otros poderes del Estado y también frente a los vándalos entrenados y financiados por el socialismo del siglo XXI y el narcotráfico, mucho nos tememos que el doctor Iván Duque Márquez ha venido presidiendo un gobierno de transición.
Debemos recordar que lo hicimos presidente, principalmente porque el doctor Álvaro Uribe se empeñó en que lo fuera. La verdad es que sabíamos muy poco de él, ya que solo llevaba en el país los años en que había desempeñado una senaturía, por cierto conseguida también por el doctor Uribe, quien lo “importó” de EE. UU, para que fuera congresista.
En honor a la verdad, siempre oímos decir que fue un excelente senador y que hasta logró ser reconocido como tal por sus colegas. Pero de su capacidad para planificar, para ejecutar y para supervisar nada sabíamos. Tampoco teníamos conocimiento de su carácter, de su amor por la Patria, de sus opiniones sobre la vida, el orden, la justicia, la propiedad, la familia y si bien es cierto que de esos temas se habló un poco durante la campaña, todo fue dicho en términos políticos, es decir, presurosos, tangenciales y sin ninguna profundización.
Pero Álvaro Uribe, el gran colombiano, el hombre que merecía toda la confianza nacional lo respaldaba y de alguna manera respondía por él, por lo que fue elegido, con mucha mayor razón cuando en la segunda vuelta su oponente era y es un individuo que como Gustavo Petro, de ninguna manera es aceptable para presidir la República.
Así llegó el día de su posesión y mientras el viento rugía con una fuerza desconocida y asustadora y Ernesto Macías, presidente del Congreso pronunciaba un duro pero necesario discurso sobre el estado del país después del desastroso gobierno de J.M. Santos, el posesionado pronunciaba un discurso correcto y propositivo, pero en el cual tercamente se negaba a reconocer lo mal que se encontraba el país que recibía, tanto en materia económica como administrativa. Meses después nos enteramos de la que posiblemente sea razón de tal conducta.
En el lapso comprendido entre la elección de Duque y su posesión, se registró una visita suya como presidente electo a la Casa de Nariño, donde fue recibido muy amablemente por Santos, quien se reunió con él por un lapso de tres horas o talvez un poco más. Tanto los periodistas que cubrían la casa presidencial como los ciudadanos que seguíamos con interés, por los medios, esa reunión, suponíamos que se trataba del inicio del empalme, lo cual se confirmó cuando ambos personajes salieron a la puerta del palacio, en un estado de cordialidad que parecía ejemplar, ya que Santos, todo sonrisas, acompañó a Duque hasta la propia salida.
Naturalmente, los periodistas aprovecharon para interrogar primero a Duque, antes de que se subiera a su vehículo y luego a Santos en la entrada a la casa presidencial, obteniendo de éste respuestas muy alentadoras, que indicaban que Juan Manuel se sentía satisfecho con su sucesor. Uno de los periodistas hizo una pregunta que, de momento pareció rutinaria y que obtuvo una respuesta al parecer normal.
La pregunta del comunicador fue, palabra más, palabra menos:
—Señor Presidente: ¿qué va a pasar con su legado?
—Respuesta del mandatario: Mi legado queda muy bien asegurado en manos del presidente Duque. De manera que no abrigo ningún temor sobre el particular.
Pues bien: tan asegurado quedó ese legado en manos de Iván Duque, que cuando ya posesionado llegó el momento de nombrar gabinete ministerial y todos los altos cargos del gobierno nacional, lo mismo que embajadores, personal diplomático y la cúpula de las Fuerzas Armadas, fue la sombra de Juan Manuel Santos la que se impuso en el gobierno, ya que si no la totalidad, si la mayoría de todas esas posiciones y los relevos que vinieron después, son santistas de tiempo completo.
Y es que no se puede olvidar que Iván Duque Márquez inició su carrera política de la mano de Juan Manuel Santos cuando hizo parte de la ‘Fundación Buen Gobierno’, y que, de allí, siempre bajo la protección de Santos, fue exportado a los Estados Unidos donde trabajó largo tiempo en dependencias de la ONU y el Banco Mundial, donde se conoció con el presidente Uribe, quien lo regresó al país para que fuera Senador y Presidente, con lo cual, por segunda vez, el ilustre presidente Uribe, —a quien el país le debía ocho años de excelente gobierno, ya que durante ese lapso se dio una genial reconstrucción nacional, la misma que luego fue golpe a golpe desbaratada por Santos—, quien decidió la sucesión presidencial, pero si en la primera ocasión se equivocó lamentablemente, en la segunda no parece haber acertado pues hasta ahora todo parece apuntar a que Duque efectivamente en importantes temas es el celoso guardián del legado de Santos.
Pero hay algo más: no está claro cuando fue que Duque se conoció con George Soros ni cuando comenzó admirarlo. Pero si se sabe que hasta llegó a escribir en algún medio nacional columnas en las cuales parecía aprobar las doctrinas socioeconómicas del billonario. Lo cierto es que recién posesionado de la presidencia efectuó un viaje a Europa, durante el cual tuvo ocasión de reunirse a puerta cerrada con Robert Malley, quien fue un cercano colaborador del demócrata-socialista Obama y es o fue una especie de número 2 de Soros. ¿De qué se trató en esa reunión? Misterio absoluto.
Y así, llegamos a la actualidad, cuando es pública voz y fama que la situación de violencia que soporta nuestra Patria, no solo es causada por la izquierda radical o Socialismo del Siglo XXI, dirigida desde Cuba y operada por la Venezuela madurista, en contubernio con lo que se ha dado en llamar el “Sorosantismo”, en la que también está metida la mano negra de las Farc y los narcos de Colombia y de algunos otros países, lo que es de tal gravedad que, si los colombianos comunes y corrientes, es decir, los hombres y mujeres de la clase media y desde luego de las clases media-altas y altas y muchos patriotas que todavía aman a su país a pesar de su pobreza, si esas personas no responden al llamado que les hacemos para que se organicen y salven la República de la maldad de sus enemigos y de los malos hijos de Colombia, nuestro país está perdido y esta vez sí, podemos ir a parar al hoyo negro y profundo del Estado comunista.
Sabemos que ya se ha comenzado a conformar grupos de colombianos para trabajar por la salvación nacional. Entre ellos destacamos al movimiento Alianza Reconstrucción Nacional que preside Luis Alfonso García Carmona y seguro hay otros que están luchando por la misma causa. Pero es necesario que haya unión para lograr fortaleza porque desde el comienzo debe quedar muy claro que, sin un genuino sentimiento de unión, sacrificando toda clase de intereses personales, nada se conseguirá y si por desventura se dan intereses de tipo político tradicional también se fracasará, ya que no podemos esperar nada de los partidos políticos debido a que ninguno de ellos está interesado en cosa distinta a obtener poder para emplear amigos, dar contratos millonarios a sus paniaguados y satisfacer los desordenados apetitos de los dirigentes, especialmente los que han llegado al Congreso.
Tampoco el poder judicial, especialmente en sus más altas expresiones nos ofrece la oportunidad de salir adelante en esta crítica situación por la que atravesamos. Magistrados y jueces, todos ellos son parte del problema y no de la solución.
Solo quedamos los colombianos de a pie. Los que estamos acostumbrados a trabajar, a sufrir y a luchar día a día para sacar adelante a la familia. Somos nosotros los que tenemos la obligación de salirle al quite a la desgracia nacional que viene con el Socialismo del Siglo XXI, el Soro-santismo y la Naco-farc si es que queremos vencer a estos declarados enemigos de la Democracia, la Libertad, la Familia y la Justicia para todos.
Lo importante es que despertemos. Es necesario admitir que hasta ahora hemos estado sumidos en el sueño del conformismo, de la irresponsabilidad y de la aceptación de la desgracia. Por eso, llegó la hora de despertar, porque no puede olvidarse que: camarón que se duerme, se lo lleva la corriente. Y si hemos de seguir como camarones dormidos mientras los enemigos destruyen golpe a golpe la integridad de nuestra Patria, entonces mereceremos que nos lleve la corriente y no ahogue en la podredumbre y la oscuridad del mar de la miseria comunista.
La Linterna Azul, Editorial, 08/10/2020