Entre los heridos del 9 y 10 de septiembre hubo un Mayor, un teniente Coronel y un Coronel.
“Yo dije: ‘Hasta aquí llegó mi vida’. Entraron pegándome con piedras, con palos, Dios mío, hasta aquí llegué yo”, pensó el patrullero de la Policía de Bogotá Emel Enrique Mestra la noche del 9 de septiembre pasado, cuando una turba de más de 200 personas atacó el CAI Bosa Libertad en el que estaba prestando su turno.
Un día antes, este uniformado había rescatado un perrito callejero, y este lo acompañó en los momentos de angustia que vivió cuando empezaron a quemar el CAI, sin importar que ambos estuvieran dentro.
Después de varios minutos de intentos frustrados por ingresar, finalmente los manifestantes lograron tumbar la puerta de seguridad. “Les decía que se calmaran, que uno no tiene la culpa de lo que pasó, cuando como unos 30 o 40 pelaos me echaron la puerta encima; yo me cubrí en el rincón con la mascota”, narró el policía.
Mestra no entendía por qué el Esmad no había llegado a socorrerlo, pese a sus numerosos llamados de auxilio. En ese momento no sabía que casi todos los CAI de la ciudad estaban siendo atacados de la misma manera.
Los vándalos lo golpearon en todo el cuerpo. De un palazo lo obligaron a entregar la chaqueta y el casco, y lo presionaban para entregar su arma de dotación. “Que la pistola, que se las diera; yo les decía: ‘Pero yo no tengo pistola, este servicio se presta sin armamento’. Me estaban buscando la pistola”, dijo.
En medio del caos, una mujer y un joven socorrieron al uniformado. Le pusieron una chaqueta gris para que la multitud no lo reconociera, y lo sacaron de allí. Cuando miró hacia atrás, vio el CAI consumido por las llamas y lamentó no haber podido rescatar el perro, que se quedó en este lugar.
Terminó su testimonio diciendo que pese a los momentos de terror que sufrió, nunca pasó por su mente usar su arma de dotación en contra de sus agresores.
“No se me vino a la cabeza. Al accionar el arma, si cogía a uno de ellos, como eran más que yo, me podían coger el arma y me daban. Ahí hubiera quedado yo, terminaba quemado. Lo que hice fue esconder mi arma en mis genitales y seguir protegiendo de las piedras que me tiraban”, dijo.
Escenas como estas vivieron cientos de policías de Bogotá las noches del 9 y el 10 de septiembre pasado tras las protestas que se originaron por el asesinato del estudiante de Derecho Javier Ordóñez.
Según el más actualizado informe que preparó la Policía Metropolitana de Bogotá sobre los hechos ocurridos en estas violentas jornadas, y al que tuvo acceso EL TIEMPO, se evidencia que, como Mestra, 215 uniformados más resultaron heridos.
En este balance queda en evidencia que la mayoría de los lesionados de la institución, como ocurrió con los manifestantes, fueron personas jóvenes. Para el caso de los uniformados, 59 de los heridos estaban entre los 19 y los 25 años de edad; 116, entre los 26 y los 35, y 42, entre los 37 y los 45 años de edad.
Y no fueron solo patrulleros (190) e intendentes (14) los que resultaron lesionados durante los desmanes. Llama la atención que hay oficiales que fueron víctimas de agresiones. Entre ellos está el teniente coronel William Alfonso Arias Bolaños, de 44 años, quien recibió el impacto de una roca en el rostro.
También fue lesionado el coronel Roberto Carlos Sánchez Rodríguez, de 45 años de edad, en el CAI Verbenal, y quien sufrió un trauma raquimedular. A ellos se suma el mayor Jorge Giovanny Cuervo Reyes, del CAI La Gaitana, quien tuvo un trauma en la pierna derecha.
Finalmente, hubo tres capitanes que salieron mal librados de las violentas agresiones que sufrieron los CAI. Ellos fueron Norberto Guerra Ramírez, de 42 años y adscrito a la estación de policía de Suba; Pablo Emilio Ramírez Salas, de 38 años y quien trabaja en Ciudad Bolívar, y Fabio Hernando Cipagauta Otálora, de 37 años y quien cumple funciones en la localidad de Usaquén, en el norte de la ciudad.
https://www.eltiempo.com/, 29/09/2020
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