La Justicia, bien ilimitado

El 4 de julio de 1987, hace 33 años, me publicó el diario El Colombiano un artículo titulado: Revivamos la justicia, en el cual apoyé al delegado para la Vigilancia Judicial, Edilberto Solís Escobar, en su desvelo sobre la situación caótica de los juzgados y tribunales del país, sustentada en casos dramáticos como el del juez que tenía que pagar con su salario los teléfonos y las empleadas del aseo. El del juez que no pudo entrar a su juzgado, porque el dueño lo cerró por no haber pagado su arrendamiento. Juzgados congestionados, desordenados, empapelados y empolvados. Jueces con salarios exiguos y amenazados de asesinato por los ´Pablos Escobar´.

Desde entonces hasta la fecha se han intentado y fracasado no menos de tres reformas a la justicia. Y desde entonces se han politizado y corrompido las Altas Cortes de la Justicia con la venta de sus sentencias. La impunidad para más del 92% de los delitos se ha consolidado con la Justicia Especial para la Paz. A los derechos humanos fundamentales como a la vida, al trabajo, a la igualdad ante la ley…objeto de las tutelas donde las crearon, les adicionamos en Colombia tropicalismos conexos como el derecho a la salud, a la educación, las tutelas contra las tutelas… lo cual ha obligado a los jueces a dedicar la mayor parte de su tiempo a la ´tutelitis´, demorando los juicios ordinarios hasta más de diez años, equivale esto reconocer que en Colombia no tenemos Justicia con mayúscula.

El prestigioso constitucionalista Juan Manuel Charry Urueña sostiene que dentro de las muchas reformas que se deben hacer al sistema judicial colombiano está la de fusionar o integrar en una sola la Corte Suprema, la Corte Constitucional y el  Consejo de Estado,  suprimir el Consejo Superior de la Judicatura, reducir los 78 magistrados con interpretaciones teorías y posiciones encontradas, para tener así una sola corporación de cierre que unifique la jurisprudencia, que resuelva el problema de la tutela contra sentencias judiciales y los recursos extraordinarios, que evite el “choque de trenes”. El expresidente Uribe propone, además, un Referendo para derogar la JEP.

Mencioné en mi artículo que, quizá, no exista nada más invocado hoy en la política que los tres principios de: “Libertad, igualdad y justicia” para justificar las leyes aprobadas por todas las democracias y por todas las dictaduras. Para muchas personas la libertad encierra el valor más preciado de los tres. La igualdad ocupa el primer lugar para los marxistas. Hay un tercer grupo que considera la justicia como el supremo valor, al que se acude, incluso, para rectificar los errores cometidos en nombre de la libertad y de la igualdad.

Con frecuencia olvidamos que en dos de los grupos citados existen extremos inadmisibles. Los defensores de la libertad extrema llegan hasta consentir que se vulneren los derechos de los demás. Los igualitaristas olvidan que en su proceso de eliminar las desigualdades se crean otras desigualdades, puesto que, al expandir el poder del Estado para igualar, destruyen las libertades de la ciudadanía y lo concentran en manos de una élite de déspotas acaudalados.

Algunos filósofos modernos consideran que las posiciones extremas entre los partidarios de la libertad y los partidarios de la igualdad, solamente pueden armonizarse por medio de la justicia. Es decir, la justicia actúa como un árbitro superior entre las dos. Algo más, en filosofía nos enseñaron que los alimentos son un bien limitado. La libertad y la igualdad también son bienes limitados. La justicia, en cambio, es del tipo de bienes ilimitados, porque ninguna sociedad puede ser demasiado justa o sabia, razones por las cuales sí se reconoce la justicia como un bien de mayor jerarquía que los otros dos. La libertad está limitada por los derechos de los demás. La igualdad, incluyendo la de oportunidades, la de resultado o de condición, entrañan todas alguna dosis de utopía.

Hernán González R., Periódico Debate, 09/12/2020


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