Para Gustavo Petro en Colombia, para Nicolás Maduro en Venezuela, para Bernie Sanders en los Estados Unidos, para Jeremy Corbin en el Reino Unido, ayudar a los pobres figura como la principal bandera de sus ideas populistas. Predican estos señores, para mejorar las condiciones de vida de sus protegidos, la lucha contra las injusticas de la desigualdad y del capitalismo. Porque son los pobres las víctimas impotentes y condenadas hasta su muerte por un destino cruel del que tan solo pueden rescatarlos los próceres citados y sus copartidarios.
Muestran ellos lo que parece ser un empatía e interés genuino por la suerte despiadada de los menos afortunados. Para muchos ingenuos no suenan ellos como los falsos burócratas que les pintan promesas que se lleva el viento. Ejemplo de este tipo de políticos es Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, quien ganó las elecciones de 2018 con el 53% de los votos, porcentaje este que no se había alcanzado desde 1982. Vuela en aviones comerciales, nunca ocupa asientos de primera clase, come en restaurantes baratos al borde de las vías y libra una guerra verbal casi diaria contra las gentes adineradas, a los que identifica como los principales enemigos de su régimen.
El analfabetismo económico de López Obrador es tan grande que ha reconocido no tener tarjeta de crédito ni cuenta bancaria. ¿Puede alguien con tal ignorancia gobernar bien un país? Ejemplo de las sandeces de López, “el secuestro se evita con una sociedad integrada toda por pobres”. México está en recesión desde 2019, cuanto el resto del mundo todavía estaba creciendo. En este momento hay una gran fuga de capitales. Mostrar empatía y acertar en ayudar son cosas bien diferentes.
Los próceres citados se preocupan por los pobres. Simulan sentir su dolor. Pero en el fondo, no quieren que esas familias de bajos ingresos escapen de su pobreza. Pueden parecer e incluso hasta ser comprensivos, pero nunca lo suficiente como para renunciar al control que les permite mantener a la población sumisa, dependiendo del subempleo que les da su Estado y que les completa con sus amenazas si se revelaren. En consecuencia, para que el salvador de los pobres permanezca en el poder, tienen los pobres que seguir siendo pobres.
Algunos de los socialistas citados presentan a Suecia como un modelo del socialismo democrático. Falso, Suecia ensayó el socialismo en las décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado y fracasó en forma rotunda. Suecia no es hoy socialista por la sencilla razón de que el Estado no posee los medios de producción. Servicios como la educación, la salud, el cuidado de los niños y los ancianos… no hacen un país socialista. Suecia es tan capitalista como Estados Unidos.
Hace setenta y seis años, Frederick von Hayek, filósofo austriaco, habló de cómo cuando la sociedad toma el camino de servidumbre los peores suben a la cima, y tenía toda la razón. Las ideas y los partidos socialistas perduran, porque engendran un tipo especial de políticos incompetentes, ineficaces como los nombrados al comenzar, quienes con la misma sinceridad con que predican, terminan arruinado cada vez más a sus países. Para quien escribe: Si no hay pobres, tampoco hay socialismo.
Hernán González Rodríguez, Periódico Debate, 14/07/2020