Si la democracia colombiana necesita con urgencia coaliciones políticas estables con vena ideológico-programática, ya que nuestro multipartidismo simple no dio la talla, ¿cuál sería un análisis para la centroderecha?
Como hemos visto, Humberto de la Calle se está ocupando de la centroizquierda en este mismo periódico. Él ve posible un gobierno de coalición de centroizquierda en el 2022, con un programa conjunto, para lo cual propone comenzar con un método de “ingeniería inversa” que permitiría acuerdos entre Petro, Fajardo y Robledo.
Yo también quiero “arar en el mar”, ocupándome de la centroderecha. Hoy el escenario más probable, diría, es que pasen a segunda vuelta Fajardo y Petro, y la centroderecha termine votando por Fajardo para atajar a Petro. Lindo papel.
Hoy la centroderecha no tiene ni el liderazgo, ni la visión, ni la estrategia para poner a un candidato que la represente en la segunda vuelta presidencial de 2022. Eventualmente, ese candidato podría perder, si es tan inevitable el “péndulo”, pero lo más importante sería que el proceso de coalición ayudaría a crear las bases de una nueva política.
Se puede “inventar”, diseñar y gestionar una coalición; lo que no se puede es exigir como requisito que se reinventen las partes, los partidos que la compondrían. Para el caso: Centro Democrático, Partido Conservador, Colombia Justa Libres, tal vez Cambio Radical y feudos de los partidos Liberal y de la U, si se aprobara por una vez un transfuguismo alinderador.
Así, el primer significado de “nueva centroderecha” sería: plataforma programático-electoral acordada por los partidos existentes, distinta de la de cada uno y de la sumatoria de todas, con el fin de ofrecer al electorado colombiano una interpretación de los principios y valores que promueven, capaz de vencer las limitaciones y potenciar las fortalezas de origen para alcanzar y ejercer el gobierno.
La palabra clave es “interpretación”. Si los principios y valores de la centroderecha son sustancialmente correctos dada la naturaleza humana, ¿por qué los partidos que los enarbolan están perdiendo las batallas que importan con la centroizquierda y los llamados “alternativos”? ¿Por qué, sobre todo si el gobierno está en manos de lo que sería una coalición de centroderecha?
La respuesta manida y simple se traslada al campo de los intereses. Según esta, la centroderecha se ocupa de la defensa de un sistema que beneficia los intereses de unos pocos. No hay que devolverse al campo inexpugnable de la ideología para replicar: hay que asumir el reto de demostrar quiénes benefician más los intereses de la mayoría, una vez se establezca cuáles son los “intereses de la mayoría” en la batalla cultural, que se lleva perdida.
Los desafíos intelectuales, políticos, programáticos, simbólicos y culturales que enfrenta la centroderecha son enormes e intrincados, agudizados por el momento histórico que aceleró la pandemia del COVID-19. Esto hace más urgente un segundo significado de “nueva centroderecha”: el surgimiento de una corriente u organización renovadora dentro de los componentes de la hipotética coalición, mejor preparada para enfrentar los desafíos.
Una corriente u organización “no vergonzante” (sin estridencia), en primer lugar, pues el que renuncia a la legitimidad del nombre comienza perdiendo; liberal en democracia, en lo económico (pragmática, no dogmática “neoliberal”) y en lo moral; reformista estructural o sistémica (ya hay bastante legislación coyuntural u oportunista); capitalista popular y subsidiariamente redistributiva; modernizante del Estado, la política y la cultura; revisionista en historia (ningún relato ni herencia del pasado es inmutable); institucionalista y deliberante en la vida política y partidista.
A los que dirán que una corriente así no es probable: sin ir muy lejos, en Chile la coalición de gobierno (Chile Vamos) tiene desde 2015 a Evópoli (Evolución Política), que se parece bastante a lo que sería un aire de renovación para la “centroderecha” colombiana.
Daniel Mera Villamizar, Periódico Debate, 28/07/2020