La producción de la coca en la cuenca de Putumayo (Loreto), cuya superficie es de 45 927,89 km², habría empezado, más o menos, en 1982. Su cultivo era para la elaboración de pasta básica de cocaína (PBC). Fue impulsado por los carteles colombianos: de Medellín, de Pablo Escobar y de Cali, de los hermanos Rodríguez Orejuela.
“La coca empezó con el cartel de Pablo Escobar”.
Pero, sobre todo, por el cartel de Medellín. «Con el cartel de Pablo Escobar (de Medellín) empezó los sembríos de coca en esta cuenca», contó un antiguo líder indígena de esta zona. Si bien el cultivo de la coca empezó a inicios de la década de los 80, sin embargo, su mayor crecimiento fue en el lapso de 1985 hasta 1997. Más de una década.
El inicio y auge de la coca en esta zona coincide con el boom de la coca y PBC en el Perú (1980-1995). Solo con una ligera diferencia: el boom nacional llegó a su fin en 1995, en esta cuenca en 1997. «Al año 1998 ya no había coca en el Putumayo», señaló otro poblador. «No dejo de haber coca, se redujo a una producción ínfima», precisó.
Post “boom” de la coca, el Estrecho, capital de la provincia de Putumayo, era un pueblo después de una guerra. Con viviendas precarias, sin servicios, escasa población y continuó aislada: sin conectividad vial con Iquitos, la capital regional. Los programas especiales de desarrollo y el Plan Binacional Perú-Colombia no se ejecutaron. Las enormes ganancias que generó la droga no dejo huella.
2000-2014: La presencia de las FARC: entre el descanso y el incentivo de la coca.
Tres años después, a inicios del 2000, miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) vestidos de civiles convirtieron al Estrecho y las demás capitales distritales en una zona de descanso y retirada de la ofensiva de las fuerzas de seguridad colombianas. Entraban a descansar y después regresaban a su territorio.
No buscaban extender el conflicto armado al Perú. Así lo asumieron los militares. «Un comandante decía no puedo detener a los miembros de las FARC, andaban de civiles porque no está cometiendo ningún delito», contó un poblador del Estrecho. «Ellos sabían quiénes eran. Incluso conversaban con ellos”, recalcó. No lo consideraban terroristas enemigos ni delincuentes.
Entre 2007 y 2008, algo cambio. Los guerrilleros de las FARC empezaron a incentivar el cultivo de coca en los extremos del Putumayo: el Alto Putumayo y Bajo Putumayo. «Ellos les pedían a las comunidades que siembren coca. Les pagaban adelantado la cosecha. Luego de cuatro meses, venían a recoger la coca y se lo llevaban al lado colombiano», contó otra fuente.
O sea, alentado por las FARC nuevamente empezó a incrementarse la producción de coca en Putumayo. Pero, a diferencia del período 1985-1997, esos cultivos no se procesaban en la zona. «Los guerrilleros se llevaban la coca y en territorio colombiano lo procesaban y refinaban (lo convertían en cocaína», precisó. Las FARC realizaban todo el ciclo de la cocaína en Colombia.
Así fue hasta 2014 cuando empezaron las conversaciones para un Acuerdo de Paz entre las FARC y el gobierno colombiano de Juan Manuel Santos. Sin embargo, sin las Farc el cultivo de coca se acentuó en 2015 y 2016. «Todas las chacras remontadas (empurmadas) se han reactivado en el Alto y Bajo Putumayo. En el medio, en el Estrecho, no hay mucha coca», señaló el líder indígena.
El nuevo auge de la coca: El retiro y regreso de los disidentes de las FARC
«La coca ha entrado en auge», agregó. Paralelo a este nuevo auge de la coca y la droga surgieron y se mantuvieron otras actividades ilícitas: la minería ilegal y el tráfico ilícito de madera. Son negocios que van de la mano. «Estos negocios lo manejan los mismos capos de la droga», contó una fuente del Alto Putumayo. Un suculento combo para los “capos”.
Y, ahora, ¿a dónde va la droga que se produce en Putumayo? A diferencia de los 80 y 90, que iba al otro lado del río Putumayo, a Colombia, ahora la droga va a Brasil. Brasileños y colombianos vienen a la zona a comprar y llevárselo a ese país a través de los ríos. Los insumos químicos, en el caso del combustible (gasolina o petróleo), viene de Iquitos.
En el primer semestre de 2016, los disidentes de las Farc regresaban al Putumayo. En mayo, el “Frente Oliver Sinisterra” dejo un comunicado. Ahí dice: no somos “delincuentes ni narcotraficantes” sino “guerrilleros de las FARC-EP”. Y a las FFAA le dicen: “mantengamos las buenas relaciones establecidas…para no tener represalias con su personal e instalaciones a futuro”.
Los disidentes habían vuelto al Putumayo. Y, como antes, no quieren chocar con los militares. El expresidente PPK escuetamente lo aceptó: “el Perú debe estar vigilante porque se sabe que…hay gente de las FARC…que quiere seguir activa e ignorar el tratado de paz”. ¿A que volvían a una cuenca que lo utilizaron como zona de descanso y de abastecimiento de coca?
«Muchos guerrilleros están desertando de los frentes guerrilleros cercanos al Putumayo porque no comparten con el Acuerdo de Paz. Llegan con sus armamentos a ofrecer sus servicios. Se presentan ante los “duros” para dar seguridad”, indicó otra fuente. Los disidentes volvieron a esta zona a «trabajar» en las actividades ilícitas, principalmente en el tráfico ilícito de drogas.
¿Cuál era su trabajo? Dar seguridad al tráfico ilícito de drogas, a la minería ilegal del Alto Putumayo, al tráfico ilícito de madera y a los sembríos de coca en los extremos de esta cuenca. Pero no solo se dedicaron a dar seguridad a las actividades ilícitas. Volvieron, como antes, a incentivar la producción de coca en el Alto y Bajo Putumayo.
Hubo un cambio: empezaron a instalar sus chacras de coca y pozas de maceración. Reprodujeron el modus operandi del 2000 al 2007 ahora en Perú. Y a setiembre de ese año, se incrementó los disidentes. Según un indígena de la zona, unos 150 hombres, en la Quebrada de Pupuña, en el distrito de Yaguas, Bajo Putumayo y unos 200 en la Quebrada de Piedra, en Rosa Panduro.
El contexto era favorable. Los cultivos de coca crecieron más. Según UNODC, en 2017, en el lado peruano, había 1376 has de coca. “Solo en Cocaral, una quebrada grande, hay inmensos sembríos de coca, más de 5 mil hectáreas. En todo el Putumayo debe más 7 mil hectáreas”, indicó otra fuente. La cifra oficial es bastante distante de la realidad. Un parte es de los disidentes.
Nadie impide sus objetivos. El Estado ha realizado algunos operativos, pero sin resultados. Son acciones aisladas: En 2019, en Pacoral, otra zona cocalera, bombardearon y salieron. Los disidentes con experiencia de guerra y armas de guerra modernas ya controlaban la zona iban a responder. El Estado ha perdido el control de la zona. Y la violencia asomó.
Violencia y el control de los disidentes. El Estado sin estrategia.
Eso ocurrió. El miércoles 11 de abril de 2018, en Puerto Lupita, en el distrito Teniente Manuel Clavero, un cabecilla de los disidentes le disparo un balazo en la cara a Julio Garcés Cárdenas (25), quien estuvo dos años en este grupo. ¿Por qué lo quiso matar? “Pidió salir del grupo. Creían que iba a convertirse en un «soplón» de su ubicación y las pozas” indico una fuente.
El intento de ajuste a uno de los suyos, inauguro la violencia de este grupo armado en Perú. Esta prosiguió. El 27 de noviembre, según fuentes colombianas, los disidentes hostigaron una lancha de la Marina a la altura de la localidad del Refugio (Colombia). El resultado: tres marinos heridos. Todo un salto: del asesinato al hostigamiento armado.
Hubo otro cruel. El 12 de febrero de 2020, cerca del Puerto Lupita, al frente de Puerto Leguizamo (Colombia), los disidentes dejaron los cuerpos boca abajo de cinco narcotraficantes colombianos y un brasileño con disparos de fusil. La razón de este múltiple asesinato: no habrían querido pagar los “cupos”. Quien no acepta su “patronato”, muere.
Hasta inicios del año, los disidentes se habían apoderado del Alto y Bajo Putumayo sin que el Estado tenga una estrategia para frenar su accionar y la de otros grupos armados que le disputan el control de la droga. La casi inacción estatal se debe no solo a las crisis que tenemos (sanitaria, económica y política) sino porque se trata de grupos con una vasta experiencia guerrillera.
AMPLIADO
El Estado ha realizado algunos operativos, pero sin resultados. Son acciones aisladas. Los disidentes con experiencia de guerra y armas de guerra modernas ya controlaban la zona iban a responder. El Estado ha perdido el control de la zona. Y la violencia asomó.
Jaime Antezana Rivera, La Linterna Azul, 30/11/2020
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