Quienes nos formamos, primero al calor del hogar y luego en el colegio y la universidad, en los valores trascendentes de la civilización occidental, cristiana y democrática, guardamos por el ejercicio de la autoridad un profundo respeto. Consideramos un honor poder servir a nuestros compatriotas y contribuir, cualquiera que sea el nivel o el área del cargo, al bienestar de la comunidad.
Pero los avatares de la Democracia arrojan a veces a las gentes en las garras de personajes sin escrúpulos, quienes manipulan las urnas para asaltar el poder y utilizarlo a sus anchas para satisfacer sus concupiscentes propósitos y los de la camarilla que los prohija.
Es el caso de Daniel Quintero. Después de liderar violentas manifestaciones callejeras pasó a ocupar el primer cargo en la ciudad de Medellín, en la que se estrenó alentando a los vándalos a que se tomaran no sólo el centro urbano, sino el sector de El Poblado, causando múltiples daños a los bienes públicos y privados, inclusive con allanamiento a un prestigioso hotel.
Vino el confinamiento forzado por el virus importado de la China, y, en lugar de actuar con la previsión y el cuidadoso manejo que se espera de un buen administrador público, prefirió aprovechar la oportunidad para adjudicar en forma harto sospechosa contratos a empresas sin ninguna trayectoria ,con detrimento económico para el Municipio.
Luego se le ocurrió la idea de pedir médicos a Cuba, a pesar de las desagradables experiencias vividas por otros países, menospreciando la excelente preparación de los médicos formados en las universidades antioqueñas, como lo señalaron las agremiaciones de profesionales de la salud.
Como buen discípulo de su exjefe Juan Manuel Santos, conquistó mediante soborno (que en Colombia llaman eufemísticamente “mermelada”) el favor de los concejales (con la honrosa excepción de los concejales Ramos y Aguinaga) para que le aprobasen el aumento de la burocracia en la nómina municipal y así poder satisfacer el insaciable apetito de sus patrocinadores. Con estos “enmermelados” espera obtener la aprobación del cambio del objeto social de EPM, trascendental decisión que adoptó con el Gerente, sin aprobación de la Junta Directiva.
Desde su campaña tenía el ojo puesto en esta entidad, el más valioso patrimonio de Antioquia. Juró que buscaría el mejor gerente a través de una firma “cazatalentos”, pero terminó llevando a un oscuro personajillo recomendado por politiqueros de viejo cuño. Con éste ha logrado en poco tiempo desestabilizar la empresa desconociendo elementales normas de gobierno corporativo, ordenando una demanda por 9,9 billones de pesos a contratitas de la obra de Hidroituango sin pasar por la Junta, a pesar de que el Gerente no está autorizado estatutariamente para adoptar semejante decisión. La burocratización con gentes extrañas a Medellín contratadas sin ningún proceso de selección, la adquisición de bienes y servicios sin justificación y la improvisación en las decisiones son la impronta de este abominable sujeto que ahora ocupa sin mérito alguno la primera magistratura de la ciudad.
Todos a una, como en Fuenteovejuna, se han pronunciado contra la catastrófica gestión de este alcalde: El Sindicato de profesionales de Epm, los exfuncionarios de la Empresa, los empresarios de Antioquia, los contratistas de Epm, las entidades gremiales, económicas y políticas de la ciudad, y, especialmente, los ciudadanos comunes y corrientes, que quieren como suya a EPM y no han dudado en salir a pitar y protestar contra Quintero y han atiborrado las redes sociales con sus mensajes. ALIANZA RECONSTRUCCIÓN COLOMBIA propuso empezar a trabajar ya para pedir en enero la revocatoria del mandato del alcalde y ya miles se han inscrito como activistas entrando a https://alianzareconstruccioncolombia.org/campana-revocatoria-del-mandato-del-alcalde-de-medellin-daniel-quintero/
No puedo dejar de recordar aquel famoso verso de nuestro bardo Jorge Robledo Ortiz:
Hubo una Antioquia grande y altanera.
Un pueblo de hombres libres.
Una raza que odiaba las cadenas,
y en las noches de sílex
ahorcaba los luceros y las penas
de las cuerdas de un tiple.
Siquiera se murieron los abuelos
sin ver como se mellan los perfiles.
Hubo una Antioquia en que las charreteras
brillaban menos que los paladines.
Una tierra en que el canto de la cuna
adormecía también a los fusiles.
Una raza con sangre entre las venas
pero sin sangre negra en los botines.
Siquiera se murieron los abuelos
sin ver los cascos obre los jazmines.
Hubo una Antioquia donde la alegría
retozaba en los ojos infantiles.
Un pueblo que creía en las campanas
de las torres humildes,
y respetaba el grito de la sangre
y la virginidad de los aljibes.
Siquiera se murieron los abuelos
creyendo en la blancura de los cisnes.
Hubo una Antioquia de himnos verticales,
de azadas y clarines.
Un pueblo que veía en las estrellas
dorados espolines
y le rezaba a Dios, mientras la luna
templaba la nostalgia de los tiples.
Siquiera se murieron los abuelos
con esa muerte elemental y simple.