La Comisión de Garantías Electorales debe entrar en sesión permanente.
Francamente, y con todo respeto por sus ilustres miembros, me parece que la Comisión de Garantías Electorales debería permanecer en cónclave, reunida 24/7, sin levantarse de la mesa, hasta que se restablezca la confianza erosionada en los resultados electorales.
Desde una perspectiva democrática asociada al proceso electoral, nada nada me parece más apremiante que espantar los fantasmas de fraude que rondan estas elecciones.
En relación con la confianza en los resultados electorales, aunque no sean planteamientos oficiales de las campañas, baste oír las voces de personas cercanas a los dos candidatos que muy probablemente disputarán voto a voto la segunda vuelta, Fico y Petro, para entender las dimensiones del polvorín en el que se ha sentado plácidamente la susodicha Comisión.
¿Y si por unos pocos votos un candidato no logra el 50 por ciento en primera vuelta? ¿Y si por unos pocos lo logra y no hay segunda vuelta? ¿Y si alguno gana en segunda por mínima diferencia?
Nos esperaría un infierno en el que se corre el riesgo de autoproclamados vencedores y perdedores que no reconocen la derrota en medio de un ejército de pirómanos dispuestos a incendiar el país.
Muy a la usanza colombiana del ‘deje así’, los partidos políticos y las entidades públicas y privadas que tienen asiento en esa Comisión no están haciendo todo lo que el momento exige y parecen resignados a implorarle al Divino Niño del 20 de Julio que las diferencias sean suficientemente amplias como para no tener que padecer ese trance.
Aunque soy testigo de los esfuerzos de buena fe del ministro Daniel Palacios frente a la convocatoria de esta Comisión, y entiendo que se ha trazado lo que llaman una “hoja de ruta”, la aplastante realidad es que el balance de la última sesión dejó una sensación angustiosa de chorro de babas, emanado de la torre de Babel en la que se ha convertido la política colombiana.
Nadie ha compartido con los ciudadanos la lista exhaustiva de chequeo de asuntos críticos para garantizar la transparencia y oportunidad de los resultados, ni tampoco sobre el estado de avance en el proceso de solucionar los problemas.
Para ser claro, esa debería ser una tabla minuciosa y detallada, especificando las tareas de cada entidad, de cada instancia, de cada actor del proceso y el progreso diario en todos los frentes. La opacidad, los silencios y las sombras que reinaron frente a las consultas y las elecciones parlamentarias deben ser desterrados para siempre.
La agenda mínima debe referirse a entregar por fin los resultados de Congreso, y a jurados, testigos, formularios, ‘software’, sistemas, transmisión de datos, divulgación de preconteos y escrutinios, auditorías nacionales e internacionales previas y concomitantes, inspección y vigilancia, Indra, neutralidad, impugnaciones, protocolos de ingeniería, de seguridad, de informática y de comunicación, logística, redundancias y blindajes, sistema de denuncia y reacción rápida, entre otros.
Los colombianos tenemos derecho a saber, antes del día de elecciones, sin generalizaciones ni mantos abstractos de duda, al día de hoy cuáles son las inquietudes, los reparos, las inconformidades y propuestas de solución de cada campaña.
Cada candidato tiene que ser claro. Qué está bien y qué está mal. Qué le aprieta. Qué se ha resuelto y qué no se ha resuelto.
Lo que no puede pasar es que, según el resultado, decidan entonces formular acusaciones retrospectivas para desconocer resultados o para cuestionar el proceso. Que hablen de frente, clarito y ya.
Estamos a un mes de la primera vuelta. Los ánimos están caldeados. Hay agitadores y vándalos. Las pasiones políticas aumentan. La confusión reina. Pero aún tenemos tiempo para blindar el proceso, garantizar la transparencia y restablecer las legitimidades perdidas.
JUAN LOZANO, El Tiempo, 24 de abril 2022
Nota.- Los subrayados al texto son nuestros.