
Colombia es bipolar con sus recursos naturales, es una gran despensa energética, pero todo está organizado para que nada funcione y lo importante no sea la prioridad
Al apagón eléctrico de 1992 se le deben muchas cosas, que el país político y económico, solo ahora empieza a valorar. Entre el lunes 2 de marzo de 1992 y el 7 de febrero de 1993, Colombia experimentó un largo racionamiento eléctrico que lo obligó, no solo a mover la hora para aprovechar más la luz solar, sino que rediseñó con bastante éxito el sistema integrado de generación eléctrica, en el que se definieron roles y funciones a las empresas generadoras, otras transportadoras, y algunas comercializadoras; se diseñó una bolsa de energía y se sensibilizó sobre la importancia de pagar el servicio público de energía, al tiempo que se arrebató a los políticos corruptos de las regiones el robo crónico de las empresas eléctricas.
Era un país que despertaba el consumo empresarial de energía barata, que fuera más competitiva, tras la apertura e internacionalización de la economía. Pero esa es otra historia, lo importante es que, como dice el exministro, Amilkar Acosta, en su libro “La historia no contada del gas natural en Colombia”, (Divergráficas, 2024), “allí donde hay carbón o petróleo también hay gas, al fin y al cabo uno y otro son producto de largos procesos de fosilización de materias orgánicas. Primero se desarrolló la industria del carbón, indispensable para producir el vapor en las calderas (…) luego, gracias al invento del motor de combustión interna, el carbón fue desplazado por el petróleo y desde entonces la preeminencia de este ha sido indiscutible (…) el consumo de los derivados del petróleo no ha cesado de crecer”.
El exministro cuenta en su oportuno texto que Colombia tuvo noción de la importancia del gas décadas atrás al apagón, pero fue durante el largo racionamiento que cobró protagonismo económico, incluso antes se quemaba indiscriminadamente, y eran pocas las empresas que buscaban gas, todas iban por el petróleo.
El apagón fue precedido del “el aplazamiento de la construcción del gasoducto que interconectara al país y contribuyera a la diversificación de la matriz energética tuvo sus consecuencias. El fenómeno de El Niño puso a prueba el sistema eléctrico y este, que dependía en 80% de la generación hídrica, colapsó; se impuso entonces un racionamiento en promedio de cuatro horas diarias (…). Una de las lecciones aprendidas de este espantoso episodio fue la necesidad de ampliar y diversificar la matriz energética, así como también se hacía imperativo replantear el plan de expansión eléctrico, para que este dependiera menos de la energía hídrica ampliando la base de generación térmica”.
Siempre se dice en casos como este que quien no recuerda la historia, o al menos la tiene presente, está condenado a repetir los mismos errores; la importancia del gas como combustible bisagra en la transición energética ha sido sobrediagnosticada, pero la actual administración nacional ha sido totalmente bipolar al no darle la importancia a acelerar la exploración de nuevos hallazgos y a dar las licencias ambientales sociales exprés a las empresas que pueden sacar al país de un problema inminente de desabastecimiento.
Las compañías, Ecopetrol y Promigas, son las rectoras del sector, una pública y la otra privada, ambas patinando en un mar de consultas previas con comunidades, incluso para los proyectos off-shore, que condenan al resto del país a combustible caro y sin la garantía de pleno servicio. El Gobierno debe actuar con grandeza y comprometerse con el suministro de gas.
EDITORIAL LR
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