La mentira útil

 

Hay mentiras diseñadas para engañar, y hay mentiras diseñadas para dominar. La idea de que el Estado “genera oportunidades” pertenece a esta segunda categoría. No es simplemente falsa: es funcional. Una herramienta de poder. Una narrativa cuidadosamente construida para que el ciudadano agradezca lo que debería reclamar como suyo. Para que vea al político como arquitecto de su destino y no como un servidor transitorio. Para que, en lugar de ejercer su libertad, espere paciente su oportunidad.

Pero ¿qué es, en realidad, una oportunidad? Una oportunidad, en sentido filosófico, es una posibilidad de acción futura, contingente, incierta, abierta al mérito y al descubrimiento. Las oportunidades no se fabrican desde un escritorio, se encuentran en la realidad viva. Emergen cuando alguien, en libertad, identifica algo que no existía antes, algo que puede hacer mejor, más barato, más rápido o más útil. Las oportunidades son hijas de la incertidumbre, del riesgo, del ensayo y error. Son inseparables de la libertad. Precisamente por eso el Estado no puede generarlas: no actúa como un individuo libre, no arriesga, no crea ni innova. Administra, recauda, regula, permite o prohíbe. Cuando intenta “crear oportunidades”, en realidad toma recursos previamente generados por otros -trabajadores, empresarios, emprendedores, ahorradores- y los redistribuye según un criterio político. Eso no es creación; es reconfiguración del esfuerzo ajeno, diseño desde arriba, ingeniería social revestida de virtud.

El conocimiento está disperso. Nadie, ni siquiera un comité de expertos con acceso a datos masivos, puede anticipar lo que millones de seres humanos descubrirán actuando libremente. Las oportunidades reales, aquellas que transforman vidas, provienen de esa acción descentralizada e impredecible que ocurre cuando la sociedad está organizada en torno a la libertad. El mito de la oportunidad estatal transforma una virtud ciudadana -la responsabilidad de actuar- en una actitud pasiva: esperar a que alguien nos habilite, nos seleccione, nos autorice.

¿Por qué funciona tan bien este mito? Porque ofrece seguridad moral a quienes temen la incertidumbre, tranquiliza y sugiere que no es necesario arriesgarse ni equivocarse: basta con alinearse, aplicar, inscribirse. Pero cuando un favor reemplaza a un derecho, la libertad retrocede. Si el progreso depende del favor estatal, no hay mérito en el esfuerzo ni propiedad sobre el resultado. Hay
concesión, súplica, gratitud… y donde hay gratitud obligada, hay sumisión disfrazada de ciudadanía.

Al prometer oportunidades, el Estado reemplaza la convicción de que podemos actuar por la idea de que debemos esperar. Y en ese cambio sutil se disuelve una virtud fundamental: la esperanza propia. El ciudadano deja de creer en su capacidad de construir, y empieza a creer que todo depende del siguiente gobierno.

Colombia no necesita que el Estado le diseñe más oportunidades. Necesita que deje de obstruirlas. Necesita menos impuestos a quien arriesga, menos trabas para quien produce, menos permisos para quien quiere trabajar. Necesita un entorno donde el éxito no sea castigado ni la mediocridad premiada. Un entorno donde la oportunidad surja, no como un decreto, sino como el resultado natural de una sociedad libre. Porque cuando hay libertad, las oportunidades brotan como el agua en la tierra abierta: no porque alguien las autorice, sino porque ya estaban ahí, esperando ser descubiertas.

30/07/2025

Camilo Guzmán

Director ejecutivo de Libertank

https://www.larepublica.co/analisis/camilo-guzman-3193497/la-mentira-util-4191792

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