Hoy no vengo a hablar de si Álvaro Uribe Vélez es culpable o inocente. No me interesa el fallo, ni el titular judicial de turno. No vengo a defenderlo jurídicamente, ni a lapidarlo mediáticamente.
Hoy quiero hablarle a una generación.
A esos jóvenes de 20, 25 o 30 años que desprecian —con una pasión casi religiosa— a un expresidente que gobernó este país durante los años más oscuros que muchos de ustedes jamás vivieron.
Quiero hablarles a ustedes, que con rabia corean “paramilitar”, “asesino”, “monstruo”, sin haber vivido una sola noche temiendo un cilindro bomba, sin haber sentido en carne propia el terror de viajar por una carretera donde las FARC paraban, quemaban, secuestraban y mataban como señores feudales del horror.
Ustedes que hoy repiten eslóganes con furia aprendida, tal vez no recuerdan —o nunca supieron— que durante la posesión presidencial de Uribe, la Casa de Nariño fue atacada con cilindros bomba. Así comenzó su gobierno. Bajo fuego.
Tampoco saben que hubo una época en que ir de Bogotá a Villavicencio no era un viaje… era una ruleta rusa. Que los nombres “Romaña”, “Mono Jojoy”, “Alfonso Cano” y “Raúl Reyes” no eran simples apellidos, sino jefes de guerra. Criminales que asaltaban buses como si Colombia fuera el Lejano Oeste.
Tal vez nunca oyeron hablar de la “zona de distensión”, ese Estado paralelo donde las FARC mandaban, juzgaban, secuestraban, cultivaban droga y operaban con impunidad sobre un territorio más grande que El Salvador. Donde el comandante Manuel Marulanda aparecía en televisión como si fuera un presidente campesino… pero con alma de dictador.
Y sí, fue Álvaro Uribe quien desmanteló esa farsa.
Con todo lo que implica una guerra: errores, bajas amigas, civiles atrapados en el fuego cruzado. ¿Doloroso? Sí. ¿Evitable? Quizás no. Porque quien se atreve a recuperar un país secuestrado, no lo hace con discursos, sino con decisiones.
Fue Uribe quien devolvió las carreteras, la movilidad, la esperanza.
Fue su política de Seguridad Democrática la que permitió que Colombia respirara de nuevo.
Que los criminales huyeran en vez de gobernar.
Que las ciudades no despertaran cada mañana con un nuevo coche bomba.
Y fue él quien enfrentó a la comunidad internacional, con todo el costo político que eso implicaba, por hacer lo que había que hacer. Así cayó Raúl Reyes, en suelo ecuatoriano.
Y por eso, con el odio que no pudieron vengar en el campo de batalla, lo persiguen hoy en los tribunales.
Porque la izquierda no le perdona su victoria. Y porque muchos jóvenes, educados bajo un sistema adoctrinador, absorbieron sin filtro la narrativa impuesta por FECODE, la misma que blanquea terroristas y demoniza patriotas.
No les pido que adoren a Uribe. Ni siquiera que lo defiendan.
Solo les pido una cosa: memoria.
Porque muchos de ustedes opinan desde el confort que otros —como él— ayudaron a construir.
Y aunque hoy un juez lo condenara, quienes vivimos la guerra —de verdad— sabemos bien quién fue Uribe.
Y lo que representó para un país que ya no creía en nada.
Por eso, más allá de ideologías, hoy digo sin rodeos:
Mis respetos eternos, Presidente Álvaro Uribe Vélez.
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