Acierta el candidato Abelardo De La Espriella al urgir la designación inmediata de un candidato de coalición. Mientras la extrema izquierda neocomunista avanza libremente con el candidato de las Farc Iván Cepeda, la oposición continúa atomizada en 70 aspiraciones, la mayoría de ellas inviables.

 

Mientras el narcopetrismo calienta motores para perpetuarse en el poder, la oposición se enreda en discusiones de mecánica política. El espectáculo que han dado los precandidatos del Centro Democrático es de sentarse a llorar. Pareciera que los cinco aspirantes del partido de Uribe fueran incapaces de entender la realidad nacional y que, en efecto, creyeran que tienen talento y talante para ejercer el gobierno de un país.

 

Si no se cierra el año con una candidatura fuerte, que congregue a un importante sector de las múltiples fuerzas contrarias al régimen mafioso colombiano, será prácticamente imposible contener al estalinista Iván Cepeda. Petro tiene de su lado los más de $500 billones de pesos del presupuesto, los grupos armados ilegales y la narcodictadura venezolana. Es una ventaja que no puede ser despreciada y que, evidentemente, dificulta una eventual victoria de la oposición.

 

El presidente Uribe es un genio de la política. El sabe leer las realidades mejor que nadie. Es consciente que su partido puede tener grandes posibilidades en las elecciones parlamentarias, pero muy pocas en las presidenciales. Que nadie se llame a engaños: al uribismo, y a Colombia, el régimen colombiano le asesinó a su candidato presidencial quien, por cierto, tenía todas las condiciones para ganar en 2026.

 

En ese orden de ideas, y leyendo serenamente los últimos comunicados del Centro Democrático, se advierte muy fácilmente que se está abonando el terreno para retirar las cuatro precandidaturas que quedan «vivas», en aras de facilitar el entendimiento de la gran coalición que busca, como pretende De La Espriella, escoger al candidato único cuanto antes.

 

En tiempos de efervescencia electoral es común que la política actúe como espejo deformante del ser humano: las pasiones se exacerban, los prejuicios se encienden y, como suele decirse, «la contienda saca lo peor de cada quien». La lucha por el poder tiende a convertir adversarios en enemigos, y las discusiones –que deberían ser espacios para contrastar ideas– terminan transformándose en campos de sospecha y desconfianza. Cuando la emoción toma el lugar del juicio, el debate público se degrada y la sociedad entera queda atrapada en un clima de agresión y deshumanización.

 

Sin embargo, las circunstancias actuales de Colombia exigen una mirada más alta y un sentido de responsabilidad histórica. No estamos ante una elección común, ni ante un mero relevo cuatrienal. Muchos ciudadanos perciben este momento –y con mucha razón– como la última oportunidad que tiene la democracia de su país. Precisamente, por esa gravedad, es indispensable superar el impulso de la confrontación visceral y recuperar la capacidad de pensar en el país ante que en la trinchera política.

 

¡Claro que hay un enemigo! Se llama comunismo. Los defensores de la libertad democrática le hacen frente a un proyecto que busca desmontar las bases mismas de la República. Es evidente que el régimen narcopetrista no es una propuesta legítima de cambio, sino un aparato ideológico que pretende capturar las instituciones, neutralizar los contrapesos y someter la vida democrática a una lógica totalitarista de obediencia ciega.

 

Las señales están a la vista: asalto alevoso a la independencia de los poderes, manipulación del discurso público, y un insistente llamado al odio entre las clases, marcando una nociva línea divisoria entre el «pueblo» y los »enemigos» de aquel. De ahí surge la sensación –cada vez más extendida– de que los que se debe enfrentar no es una opción política más, sino un régimen de vocación dictatorial que amenaza con tragarse el país desde adentro.

 

La imagen del basilisco resulta especialmente apropiada para representar gráficamente al narcogobierno de Petro. En la tradición antigua, este ser asqueroso se describía como una criatura híbrida, mitad serpiente, mitad gallo, coronada por una cresta afilada y cubierta de escamas que parecían arder bajo la luz. No necesitaba garras ni colmillos: arma letal era la mirada, una visión tan penetrante que, según el mito, podía detener el aliento, corromper lo que tocaba y fulminar a quien se atreviera a enfrentarlo.

 

Así perciben muchos colombianos la amenaza actual que pretende inmovilizar a la sociedad, normalizar el deterioro y doblegar voluntades con la sola fuerza del miedo.

 

Y, precisamente, la tarea es imperativa: no bajar la vista, no dejarse paralizar, y actuar con determinación democrática antes de que la mirada del basilisco se convierta en destino.

 

Colombia se encuentra ante una disyuntiva histórica que no admite titubeos ni dispersión: o se articula con carácter una fuerza democrática capaz de hacer frente al avance autoritario y a la corrosión moral del poder, o el país quedará a merced de las bestias comunistas.

 

La responsabilidad, entonces, recae sobre quienes aún creen en la libertad, en el equilibrio de poderes y en la dignidad republicana. No se trata de vanidades personales ni de cálculos mezquinos, sino de comprender que este es el momento en que la oposición debe asumir su deber con grandeza, elegir un liderazgo sólido y encarar con serenidad y firmeza al basilisco que pretende aniquilar la democracia. Si Colombia recupera la lucidez colectiva y se une en torno a un propósito superior, todavía es posible impedir que la oscuridad avance; pero si falla ahora, quizá no haya una segunda oportunidad.

 

@IrreverentesCol

Publicado: noviembre 16 de 2025

https://losirreve.rentes.com/2025/11/candidato-ya/

 

0
Por favor deja tu opinion aqui !x

Compartir:

WhatsApp
Facebook
Twitter
Telegram
Email
0
Amamos tu opinion, deja tu cometario.x
()
x