Hay una discusión permanente, entre tres grupos que otean el devenir electoral:

 

  1. Los que siempre hemos creído que Petro aspira, como dictador comunista, a quedarse en el poder, con primera reelección en 2026, para lo cual entrega el territorio a los narcoterroristas con el fin de justificar, al final del mandato, el autogolpe, y quedarse, cambiar la Carta y reelegirse.
  2. Quienes piensan que, impotente para cambiar la Constitución, Petro se hace reelegir en un dócil y subalterno cuerpo ajeno,
  3. Quienes dicen que “vamos a ganar en 2026”, que ya falta menos de un año, que las “instituciones son muy sólidas, bla bla bla… y que nos vamos con el que sea, con el que aparezca en marzo 2026…

 

Ahora bien, hagamos abstracción de Trump y Venezuela, que es el gran Si condicional, para analizar lo que significa el lanzamiento de Iván Cepeda…

No hay duda de que Petro quiere reelegirse, pero la aspiración de Cepeda plantea serios interrogantes:

 

  • ¿Está dispuesto Petro a aceptar que el Politburó del partido comunista lo cambie por Cepeda, que haya que obedecer y, además, ejecutar todos los delitos y trapisondas electorales, para hacer presidente a otro?
  • O, ¿será Capaz Petro de negarse a obedecer y, ya sin capacidad de reelegirse, maniobrar para que la convención del Pacto Histórico, en vez de Cepeda, escoja un “cuerpo ajeno” como candidato suyo?

 

La respuesta no es difícil: la escogencia del candidato del Pacto Histórico depende de la decisión del Politburó y, por eso, hay que analizar quién, entre Petro y Cepeda, es más apto para hacer que en Colombia se radicalice el proceso y se establezca una copia, más o menos completa, de la revolución cubana, ideal tanto del uno como del otro.

Entre ambos no hay diferencia moral, pero sí conductual. Los dos son comunistas de obediencia castrista, pero allí termina el parecido.

Petro, gárrulo y mendaz, es la viva imagen del lumpen, embriagado por la vida lujosa de jeque que lleva y que solamente le puede ser dada por el abuso presidencial de hoteles, viajes, comitivas, aviones…

En cambio, Cepeda es frío, calculador, cerebral, impenetrable, racional, taciturno, lacónico, conciso. Sin duda alguna, es el Lenin colombiano, en tanto que el otro no pasa de ser un culebrero.

Desde luego, el Politburó reconoce que Petro, a pesar de su desorden mental y su parla cantinflesca y barriobajera, ha hecho mucho daño eficaz, pero su notorio desequilibrio lo debilita cada día más para dirigir el país hacia el punto sin retorno de la revolución. Por eso, ha llegado la hora de relevarlo, porque Cepeda es mucho mejor para la revolución y mucho peor para Colombia.

Parece imposible, pero, si las fuerzas democráticas siguen atomizadas, incapaces de darse un líder, de presentar un programa coherente de recuperación nacional, exhibir voluntad de lucha, prevenir el fraude y defender la patria, llegaremos a Guatepeor.