El año de la Kakistocracia

En Colombia sobraron razones para adoptar la palabra kakistocracia. Se consolidó en la Casa de Nariño donde lejos de sobresalir los más preparados, fueron las voces radicales las que se hicieron con las posiciones más altas.

Se ha vuelto una tradición que, hacia las últimas semanas de cada año, la revista The Economist elija la palabra que mejor define los eventos ocurridos durante ese período.

En 2023, un año marcado por la explosión de la inteligencia artificial generativa, la palabra elegida fue ChatGPT, el programa de moda que convirtió esta tecnología en el tema de conversación omnipresente. De manera similar, en 2021, la palabra seleccionada fue vacuna, símbolo de la herramienta que permitió que los confinamientos que definieron los primeros meses de la pandemia empezaran a quedar lentamente en el olvido.

Este 2024, sin embargo, la elección de The Economist recayó en una palabra mucho menos familiar: kakistocracia. Proveniente de las raíces griegas kàkistos (lo peor) y kratos (gobierno), este término describe un sistema donde quienes ostentan el poder son, paradójicamente, los menos aptos para gobernar.

En un año marcado por la reelección de Donald Trump, quien, a diferencia de su primer mandato, decidió rodearse de las figuras más leales y radicales de su movimiento —como Matt Gaetz, acusado de abuso de una menor; Robert Kennedy Jr., un declarado antivacunas a cargo de temas de salud; y Pete Hegseth, un controvertido expresentador de Fox News—, el término kakistocracia resurgió del olvido para convertirse en uno de los más buscados en Google, consolidándose como el antónimo de la meritocracia.

Y aunque la razón de la elección de esta palabra estuvo lejos de casa, en Colombia también sobraron razones para adoptar este término como uno de los que definieron el rumbo de 2024: este año, la kakistocracia terminó por consolidarse en la Casa de Nariño, donde, lejos de sobresalir los más preparados, fueron las voces más radicales las que se hicieron con las posiciones más altas de poder, dejando claro que el “gobierno de los peores” no fue un fenómeno exclusivo de otras latitudes.

En apenas dos años, por ejemplo, el Ministerio de Educación ha pasado de estar en manos de Alejandro Gaviria, símbolo de un esfuerzo por construir un gobierno de coalición, para finalmente, en 2024, quedar bajo el mando del radical Daniel Rojas. Conocido por su estilo vulgar y agresivo, que descalifica con insultos a quienes osan cuestionar a Petro. En pocos meses, ya sea por dolo o por incompetencia, su gestión ha comenzado a desmoronar instituciones que durante años habían funcionado, como el Icetex, que enfrenta un desfinanciamiento crítico, dejando en la incertidumbre a cientos de miles de estudiantes.

Y ese es apenas un ejemplo de la kakistocracia a la colombiana: los funcionarios técnicos e instituciones que durante décadas garantizaron estabilidad macroeconómica y mejoras progresivas en los ingresos y en los indicadores sociales de los colombianos han sido, en apenas un par de años, demonizadas por el gobierno como tecnócratas despiadados, siendo desplazados en la mayoría de los escenarios por auténticos kakistócratas.

No resulta extraño que, gobernados por estos kakistócratas, el gobierno Petro no parece ni siquiera saber en dónde está la plata del Estado: a pesar de que tuvo el mayor presupuesto de la historia no tiene con qué pagar subsidios, ni programas de cultura, ni aportes a educación, ni todas las trasferencias de salud, ni siquiera para pagar la burocracia que contrató. La kakistocracia en su máxima expresión.

Armando Benedetti, tras escándalos por violencia de género y de tener rehén al gobierno con sus amenazas por la información que tiene sobre la presunta financiación ilegal de la campaña de Petro, fue premiado con un puesto como asesor del más alto nivel del presidente. Ricardo Roa, de quien emergen escándalos de corrupción donde sea que se aparece, se mantiene imperturbable como el gerente de la compañía más grande de Colombia, en declive desde que empezó su mandato. Guillermo Alfonso Jaramillo, responsable de acabar lentamente con el sistema de salud que beneficiaba a millones de colombianos, permanece incólume y cada vez más consolidado en su cargo.

Jorge Andrés Carrillo, Esteban Restrepo y muchos otros cómplices del presunto saqueo al erario en Medellín también mantienen intactos sus lugares en altos cargos del gobierno, ¿qué mejores representantes para la kakistocracia que los compinches de Daniel Quintero?

Irene Vélez, responsable de las políticas desastrosas que han puesto en riesgo la soberanía y la transición energética del país, disfruta de su cargo como embajadora en Londres, viviendo de los impuestos de los colombianos y rodeada de otros ilustres dignatarios de la kakistocracia que representan al país en el exterior: como el cónsul en México Daniel Hernández que le tumbó a una jubilada los ahorros de la vida.

Y sin duda uno de los capítulos más sonoros de esta kakistocracia a la colombiana es el de señalados acosadores o protagonistas de violencia familiar que tienen las puertas abiertas en el gobierno del “cambio”. Al caso de Armando Benedetti, ya mencionado, se suma el de Hollman Morris, quien a pesar de tener denuncias formales en su contra fue nombrado por Petro en el canal público RTVC. El de Diego Cancino, quien ya iba a ser nombrado como presidente de la Sociedad de Activos Especiales (SAE), y al final el escándalo fue tal que lo tumbó. Y el más reciente, Daniel Mendoza, a quien Petro anunció como nuevo embajador en Tailandia, a pesar de todo tipo de mensajes obscenos y pederastas escritos por él. El Presidente lo sigue defendiendo como si fuera un talento incomprendido, pero le tocó poner en pausa el nombramiento.

Redaccion El Colombiano

https://www.elcolombiano.com/opinion/editoriales/el-ano-de-la-kakistocracia-EF26232125

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