Gustavo Petro se ha convertido en el bufón trágico de la política latinoamericana. Para expresarlo en términos contemporáneos, en un meme. Sus alocuciones públicas, plagadas de desvaríos, asociaciones disparatadas, referencias históricas sin conexión ni rigor, están dejando perplejos incluso a sus simpatizantes. El problema no es solo de retórica: es una señal grave del deterioro mental de quien ostenta el poder en Colombia.
Hace pocos días, Petro sorprendió afirmando que los libertadores atravesaron el océano Atlántico… a caballo. Lo dijo sin titubeos, como si evocara una hazaña digna de epopeyas clásicas, pero sin reparar en la ilógica más elemental. No se trató de una licencia poética, ni de una metáfora audaz reservada para los grandes autores. Fue un desliz mental más, en una lista que crece a diario. Hablamos de un presidente que pretende gobernar con discursos hilvanados con retazos de delirios, no con ideas ordenadas o propuestas racionales.
El fenómeno Petro exige, más allá de la sátira, un análisis desde la historia de la locura en el poder. Hay precedentes notables, y no todos de personajes oscuros como él. Charles Baudelaire, consumido por la sífilis, llegó a escribir con absoluta convicción que los ángeles le dictaban poemas mientras olía flores marchitas. Friedrich Nietzsche, devastado por la misma enfermedad, creyó ser Dionisio y hablaba con caballos en plena calle. Franz Liszt, en sus últimos años, también dio señales de extravío. Al Capone, tras años de vida criminal, terminó balbuceando incoherencias en su mansión floridana, debilitado por la neurosífilis que lo había devorado desde adentro.
Hay que aclarar, eso sí, que Petro no es Baudelaire, ni Nietzsche, ni Liszt, y mucho menos un personaje de la talla de Capone, cuya frialdad delictiva al menos obedecía a un método. Petro no tiene ni el genio ni la lógica perversa del mafioso. Lo suyo es desorden mental, carente de todo asidero. Cada intervención suya es un espectáculo bochornoso donde el lenguaje se deshace, los conceptos se confunden, y la historia se vuelve un juego de fichas mal puestas.
El delirio político, cuando se instala en el poder, es más peligroso que el crimen. El criminal, al menos, tiene una racionalidad estratégica. El delirante gobierna sin conciencia del daño que causa, se cree visionario, mesías, salvador. Petro da señales inequívocas de verse a sí mismo como un Bolívar reencarnado, con una espada simbólica en la mano y una horda fanática detrás. Lo alarmante es que su discurso guía decisiones de gobierno, reformas legales y amenazas contra la institucionalidad.
Los rumores sobre su vida privada, que incluirían el consumo de drogas, encuentros con prostitutas callejeras y comportamientos erráticos en escenarios internacionales, ya no son materia exclusiva del chisme. En consecuencia, resulta prudente preguntarse si Petro no padece alguna infección no tratada, como la sífilis, que afecte su sistema nervioso central. No sería la primera vez que un líder político actúe bajo la influencia de una enfermedad neurológica degenerativa. Sería realmente grave que una nación entera esté secuestrada por los impulsos de un enfermo sin diagnóstico.
Pero más allá de lo clínico, lo que estamos presenciando es una erosión del lenguaje, de la razón y de la verdad en el ejercicio del poder. Y eso tiene consecuencias. Cuando el líder del Estado abandona la lógica, el país entero corre el riesgo de naufragar en el absurdo. Colombia, lamentablemente, ya se adentra en esa tormenta.
Platón, en su célebre advertencia, escribió: «El precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres». Hoy, con Petro en el poder, Colombia paga el precio de la indiferencia, del facilismo electoral y de haber confundido retórica incendiaria con liderazgo.
No estamos frente a un presidente simplemente incompetente. Estamos frente a un orador desconectado de la realidad, un guía que no conoce el camino, un enfermo al que se le dio la potestad de decidir por cincuenta millones de personas. Colombia debe superar esa pesadilla antes de que el delirio presidencial se transforme en una irreversible tragedia nacional.
Publicado: agosto 7 de 2025