Un genocidio racista anti blanco se perpetra ante el mutismo de la ONU, la Unión Europea y el resto de papagayos progre-liberales del orden internacional.

Los granjeros blancos sudafricanos –“Boers”- están siendo sometidos a un genocidio cruento e irrefrenable. Desde que a mediados los años 1990 llegó al poder un partido marxista aupado por acciones terroristas llamado “Congreso Nacional Africano” (CNA), Sudáfrica es pasto de un exterminio contra los legítimos y tradicionales moradores de sus tierras: los Boers, hombres y mujeres de raza blanca descendientes de los europeos llegados a Sudáfrica desde el siglo XVII.

Entre el 30 de septiembre y el 5 de octubre de 2020 han sido asesinados tres granjeros blancos. La primera de estas muertes fue la de Chantel Kershaw, granjera de 44 años. Dos hombres la desnudaron y la estrangularon. Golpearon a su madre con un arma y robaron la vivienda. Tres personas fueron detenidas en relación con el ataque gracias a las patrullas ciudadanas constituidas por los granjeros que les dieron caza y los pusieron en manos de la policía. La fuerza de orden público no sólo es incapaz de frenar los crímenes en el país africano, sino que debe ser sustituida por grupos ciudadanos de autodefensa.

Brendien Horner, de 21 años, fue asesinado también en su granja. Su cuerpo sin vida fue hallado atado por el cuello a un poste y con la cabeza destrozada. Dos individuos de raza negra han sido detenidos como presuntos culpables.

Otro blanco, Raymond Papapavlou, de 28 años, fue encontrado muerto dentro de su propiedad en una reserva natural.

La rápida sucesión de crímenes raciales anti blancos en una semana ha llevado a los granjeros sudafricanos a manifestarse para pedir justicia y protección al Estado.  Hartos del genocidio a que se ven sometidos, formularon un manifiesto que reza, entre otras peticiones: “Nosotros, los granjeros de esta comunidad y del resto del país, os pedimos que transmitáis nuestras reivindicaciones y nuestros agravios a este Gobierno (…) y a todos los Gobiernos del mundo. Que contéis cómo nos matan, nos torturan, nos violan. Que habléis del genocidio que se está perpetrando contra nuestro pueblo”

En 2017 fueron asesinados 72 granjeros. En la última década han muerto, por lo menos, 596 hombres y mujeres blancos en granjas. Los granjeros blancos hoy son menos de 30.000. Menos de la mitad de los que había cuando el Congreso Nacional Africano llegó al poder en la década de 1990. Miles de ellos han sido asesinados o se han exiliado. ¿Por qué el gobierno de Sudáfrica en manos del CNA (Congreso Nacional Africano) no les protege? ¿Por qué la policía les ningunea? ¿Por qué un gobierno tildado de “socialista y demócrata” los aboca a tener que formar patrullas ciudadanas para su defensa?

La respuesta a semejante injusticia está incrustada en el racismo institucional y social contra la raza blanca patrocinado, alentado y amparado por organizaciones de izquierdas y nacionalistas de Sudáfrica con la aquiescencia del Congreso Nacional Africano, el partido gobernante desde la llegada al poder de Nelson Mandela, un lobo con piel de cordero. El espíritu ideológico y político del difunto Mandela inspira al Congreso Nacional Africano.

En 1961 Nelson Mandela fue el líder del brazo armado del Congreso Nacional Africano, llamado Unkhonto We Sizwe: un grupo terrorista responsable de asesinatos, bombas y robos en lugares públicos.  Mandela, partícipe de esta orgía delictiva, fue hallado culpable de 156 actos de violencia pública y fue éste el motivo por el que en 1963 fue encarcelado y sentenciado a 27 años de prisión.

Es una falsedad temeraria y perversa la que rezan los medios políticos e informativos que blanquean al líder sudafricano y que han victimizado al Mandela encarcelado como si se tratase de un adalid de los derechos humanos apresado por oponerse al “apartheid”. En realidad fue un delincuente. Incluso en su momento la organización “Amnistía Internacional” no le dio el apoyo ya que había considerado justa la sentencia contra él.

Tras salir de la cárcel en 1990 y hasta su muerte en 2013 Mandela siempre apoyó el terrorismo y guardo un silencio vergonzoso ante la matanza de Boers en el continente africano que sus correligionarios mantienen hasta día de hoy.

A pesar de ser considerado un “héroe de la libertad” Mandela apoyó públicamente la dictadura comunista en Cuba a la que llamaba “ baluarte de la libertad y la justicia” . También apoyó el sangriento régimen criminal de Robert Mugabe y fue un aliado férreo del régimen comunista chino.

Su esposa Winnie Mandela tampoco se quedó atrás en su apoyo a la violencia terrorista: en los años ochenta lideró actividades contra los opositores al marxismo terrorista basadas en torturas y matanzas como atar de pies y manos al adversario para luego ser quemados vivos con neumáticos. Las víctimas eran sobre todo personas blancas, pero también incluían a gente de raza negra. La táctica, siniestra y sanguinaria, serviría de guía y modelo en lo sucesivo a los matones del CNA.

El Congreso Nacional Africano, partido cuyo líder más notable ha sido Mandela, fue una organización terrorista culpable de actos sanguinarias y asesinatos contra la población civil, no solo contra la gente blanca si no contra los negros que se negaron a apoyarlos.

Mientras Mandela hacia su campaña para alcanzar el poder, el CNA asesinaba y torturaba a campesinos blancos sin que los medios de Occidente hablaran al respecto, como hoy apenas hablan de la masacre continuada de los granjeros blancos.

Tras la llegada al poder de Nelson Mandela, el CNA pasó de orientarse como organización terrorista a ser un partido aparentemente legal. Eso sí: su política racista no sería jamás abandonada y se reafirmaría desde el gobierno anunciando, vez tras vez, la realización de una revolución “negra y socialista” para recuperar las tierras usurpadas por el hombre blanco o “boer”; una notable mentira, pues los legítimos propietarios de esas tierras por justo título de herencia o compra-venta son los eurodescendientes de aquellos hombres y mujeres de Holanda, pero también de otras naciones occidentales, que llegaron a Sudáfrica desde el siglo XVII.

Durante su tiempo de estancia en prisión por los crimines que había cometido, el presidente sudafricano Pieter Botha ofreció a Nelson Mandela su libertad a cambio de que renunciara a la violencia. Su ofrecimiento fue rechazado, y Mandela nunca renunció a la violencia públicamente.

Además de ejercer y apoyar el terrorismo, el presidente Mandela fue catastrófico para Sudáfrica, pues siendo uno de los países más estables y prósperos del continente africano pasó a ser, bajo el mandato de Mandela, un país sumido en el caos administrativo, la violencia y la ruina económica.

Actualmente Sudáfrica es uno de los países más inseguros y violentos del mundo, tiene la mayor cantidad de infectados de SIDA y la violencia racial es asfixiante y diaria. Entre 20.000 y 25.000 personas mueren al año víctimas de la violencia en un país que nos es presentado por los mass media de Occidente como ejemplo de multiculturalismo y pacifismo. Durante el gobierno de Mandela la economía se destruyó trayendo pobreza, desempleo, violencia y falta de oportunidades.

La decadencia moral también llegó al país. Fueron hombres del CNA los que legalizaron el aborto, el juego y la pornografía.

Las políticas racistas del CNA no solo se centran contra la gente blanca sino también contra los negros de la etnia zulú: en el verano del 2008 el CNA cometió multitud de asesinatos contra inmigrantes procedentes de Mozambique, Malawi y Zimbabue.

Mandela como político fue un fracaso que hizo colapsar una potencia económica, que fomento el odio social y cuyo legado es una ola de muertes, violaciones y crímenes que aún perduran en el país.

No obstante, semejante personaje fue elevado a los altares por la sacrosanta progresía y con su muerte el globalismo fabricó un mártir donde sólo había un criminal. La ONU auspició semejante astracanada y en el año 2009 declaro el día 18 de julio como “Día Internacional de Nelson Mandela”: una muestra de hasta qué grado la dictadura globalista puede fabricar un ídolo para las masas en complicidad con los mass media y los políticos buenistas sumisos a la gobernanza mundialista.

Como buen socialista, Mandela vivió y murió en su lujosa mansión rodeado de la seguridad y la comodidad que el pueblo no tenía al nadar en la enfermedad, la violencia social y la ruina económica.

Nelson Mandela murió en 2013 ante unas masas que le lloraban y hacían homenajes. Su lado oscuro es desconocido, y ha sido convenientemente silenciado. La verdad sobre Nelson Mandela debe salir a la luz y debe caer por lo suelos un ídolo santificado en los altares de la progresía. Un ídolo que como el Che Guevara protagonizó una trayectoria personal repugnante y criminal para esclavizar a su nación.

Gracias a Mandela hoy existe en Sudáfrica un régimen de racismo anti blanco que bajo el gobierno del Congreso Nacional Africano supera en violencia al supuesto racismo que caracterizó la época del llamado “Apartheid”.

La actual situación de persecución a los granjeros blancos es consecuencia demoledora del proceso de reforma constitucional para expropiar a la minoría blanca del país sus tierras sin compensación económica alguna. Los medios de comunicación sudafricanos y el gobierno socialista han acusado a los boers de ocupar tierras “robadas al pueblo negro”.

“¡¡¡Matad al Blanco!!!” Cantaba el presidente del país Jacob Zuma en el himno «shootteboer» y también su sucesor, el actuar presidente sudafricano Cyril Ramaphosa. Hace dos años anunciaron una reforma constitucional para hacer lo mismo que se hizo en Zimbabue: la expropiación masiva de fincas y la expulsión de los blancos.

Ya se está produciendo en Sudáfrica, por la vía de los hechos, una canallada que representa una auténtica limpieza étnica con la complicidad de la élite mundialista. Zimbabue sufrió semejante política y es ya un terruño miserable y deprimido.

Miles de granjeros blancos han muerto en Sudáfrica a manos de negros desde los años 90; especialmente desde que Nelson Mandela iniciara su régimen racista anti blanco en 1994 al llegar al poder. Más de 15 mil ataques a granjas y miles de muertos son el fruto del socialismo gubernamental de Mandela que hoy, tras su muerte, continúa.

En 2015, sudafricanos blancos pidieron a la Comisión Europea que reconociese oficialmente un «derecho al retorno» y que se lo facilitase como refugiados,  pues sus antepasados eran holandeses, británicos o franceses. La respuesta de la Unión Europea fue el silencio.

Tras la abolición del “apartheid” y la instauración del socialismo del Congreso Nacional Africano, la criminalidad social es tal que los blancos, los asiáticos, los zulúes y los xhosas, se han visto obligados a atrincherarse en sus zonas respectivas. La paradoja es que en esta Sudáfrica hoy mayoritariamente negra donde los blancos son menos de un 10 por cien de la población, el racismo –anti blanco- es más agresivo y asesino de lo que lo  fue el blanco de la etapa del famoso “Apartheid”.

Los granjeros blancos llevan en Sudáfrica generaciones; de hecho, los boers son el grupo étnico más antiguo en Sudáfrica.  Ninguna de las etnias negras ahora mayoritarias – salvo los Sam y los bosquimanos- estaban en las tierras de la hoy Sudáfrica cuando desembarcaron en ella los holandeses en el siglo XVII. Los zulúes no llegarían hasta el siglo XIX.

La revolución del llamado “poder negro” enarbolado por Mandela y su socialismo del terror disfrazado, parece culminar hoy sus ansias de expropiación y liquidación de los sudafricanos de origen blanco. Y mientras el genocidio étnico se perpetra, la comunidad internacional y la ONU, callan. La intención del Congreso Nacional Africano es clara: desean impulsar la expropiación a los blancos en una política de colectivización de la tierra para componer un rebaño social esclavo que cimiente el poder de la élite gubernamental. Es el mismo proceso que afronta Zimbabue. Es la hoja de ruta de tiranías personalistas o de partido que amparadas en una trucada democracia, implementan el socialismo confiscador de forma gradual pero inexorable.

Estos regímenes africanos, verdaderas dictaduras socialistas y racistas, cuentan con el amparo de instituciones que como la ONU o la UE no sólo silencian el genocidio anti blanco sino que lo apoyan, firmando con Sudáfrica vergonzantes Tratados de cooperación y comercio cuya aplicación supone, para más inri, la competencia desleal y el hundimiento de los productos agrarios españoles señeros como la naranja.

Las élites globales que portan en su frontis la “democracia” y “los derechos humanos”, no vacilan en proteger el genocidio y el totalitarismo si vienen de un marxismo liberticida que tan bien sirve a los propósitos mundialistas de laminar la raza blanca, destruir la economía de Occidente o lavar cerebros con las imágenes de falsos ídolos y delincuentes como el criminal Nelson Mandela.