El país necesita respetar la ley y ponerse a trabajar con seriedad. Destruir es fácil. Construir es muy difícil y aquí no queremos entender que el mundo se divide es entre buenos y malos, entre los que respetan la ley y los delincuentes; no es un tema de derecha e izquierda.
Hemos permitido un lenocinio con los conceptos de paz y reconciliación en favor de la impunidad. Llevamos quince años alcahueteando todo tipo de vagabundería con el manejo de la cosa pública, con la operación de la justicia por fuera del redil de la verdad, y con ello salimos del camino de la legalidad, único resguardo de la convivencia en libertad.
¿Para dónde vamos con un gobierno controlado por el resentimiento ideológico y el cinismo irresponsable de la cleptocracia? ¿Para dónde vamos con la justicia controlada por un puñado de operadores perversos? ¿Para dónde vamos con un parlamento que opera como el gran bazar de los intereses particulares?
¿Qué hay mucha plata en la economía? Sí, pero ¿a qué costo? Ni el balance de la seguridad, ni el social, ni la proyección a futuro son buenos. No nos engañemos con algunos resultados boyantes. Como dijo la Andi de mediados de los años 70: “La economía va bien pero el país va mal”; la diferencia es que 50 años después, gran parte del circulante es mal habido.
Entendamos que los países pueden cambiar de bandera, pero no mueren, los territorios no se van; migran el capital contributivo y el talento, y las naciones se empobrecen física e intelectualmente cuando pierden la esperanza y la confianza en el manejo político y económico, y pasan de la seguridad democrática a la opresión autocrática.
Entendamos que los negocios y los Estados se quiebran cuando están mal manejados, cuando no crece la economía ni los ingresos tributarios y no tributarios, y cuando la formación de capitales lícitos compite directamente con la formación de capitales ilícitos, hecho que empeora si los costos se disparan por inseguridad e ineficiencia en el manejo, carestía y menor inversión y escasez crediticia, aumento del riesgo país y amenaza de una cesación de pagos.
Cuando para conservar el poder es necesario matar y encarcelar opositores pagando los servicios del crimen organizado, es porque vamos todos encerrados en un bus que va en contravía y en bajada, manejado por un suicida que está drogado y no sabe conducir, y adulado por ministros, magistrados, parlamentarios, curas y policías que también están borrachos y lo aplauden para que aumente la velocidad. Y a todas estas ese bus se queda sin frenos y la dirección le está fallando.
Entonces ¿qué hay que hacer? – Hay que parar el bus en seco, así sea estrellándolo contra un poste o un barranco o nos vamos todos por el precipicio y nos matamos sin poder salir, pues solo unos pocos se pueden tirar por las ventanas y salir del país.
En materia de relaciones exteriores vamos como los carros de las películas que se meten a una autopista en contravía. Petro sacó al país del carril seguro de las democracias occidentales y lo pasó al del socialismo del siglo XXI y al de los gobiernos que promueven ideologías revolucionarias, que destruyen la justicia, las instituciones, los valores democráticos.
Hacemos parte de los gobiernos corruptos afines al terrorismo, el narcotráfico, y la impunidad, donde se utilizan los derechos humanos y la promesa de paz como herramientas para engañar al pueblo, como en Venezuela, Nicaragua, Cuba, Irán, Rusia, el terrorismo islámico, los laboratorios sociales nórdicos y Corea del Norte.
Desde el gran engaño de Santos a toda la nación, hemos reemplazado todo lo que era lícito por la alcahuetería de lo ilícito en favor de unos pocos que se enriquecen a cuenta del Estado. La forma en que el poder del dinero de la droga ha permeado toda la sociedad, nos está matando, como mata al adicto una sobredosis. No queremos entender que, con el crimen, el terror y el narcotráfico no hay negocio lícito.
El tema de la operatividad política de nuestra democracia es muy complejo. No hay garantía de que habrá unas elecciones limpias. La estructura partidista no funciona, no hay una metodología sana de selección de profesionales serios, cultos con sentido común, ética y honorabilidad, trabajadores y bien preparados. No es como en el sector privado o el deporte, donde por mérito se buscan y se pagan los mejores, y no se permiten vagos, habladores, ladrones, degenerados ni tramposos.
Aquí todo se volvió un sofisma ideológico. La dirigencia privada está acobardada y abandonó la sanción social como instrumento preventivo y hoy hasta se avergüenzan y piden se modere la verdad, cuando vivimos el final de un proceso revolucionario, que siempre termina por matar y encarcelar opositores, y donde la culpa siempre es y será, de los demás y no de los que juran cumplir responsablemente la conducción del Estado.
Tenemos un gobierno de delincuentes resentidos que se venga de la sociedad en función de su propia inconformidad escondida en los sofismas ideológicos de la paz y la tolerancia con la impunidad, y se está dejando querer de los grandes criminales y los jefes de la subversión y el narcotráfico, algo que termina pagando muy caro una sociedad totalmente indefensa.