El sinvergüenza de Saade

El homicidio de Miguel Uribe Turbay me ha generado genuino dolor. Ver a su hijo en el funeral, con toda su inocencia, es absolutamente desgarrador. No obstante, en un país que aún no termina de asimilar el horror, un alto funcionario del gobierno, Alfredo Saade, decidió opinar. Y no para condenar el crimen con la contundencia moral que exige el momento, sino para compararlo con los “riesgos” de hacer política, equiparándolos a los mismos que implica, por ejemplo, montar en bicicleta. Sí, para Saade que le disparen a un ciudadano en la cabeza por estar haciendo política y una caída en bicicleta están en la misma categoría de peligros.

Saade es un sinvergüenza indigno de su cargo, más parecido a un Goebbels barato de barrio, un agitador ignorante en temas de Estado, sin preparación ni méritos. Un vulgar político tan grotesco que roza la indecencia. Es insensible, ofensiva y absolutamente impropia esa comparación proveniente de quien ostenta un cargo de alto nivel en el gobierno. En boca de un ciudadano común sería una torpeza; en boca de un alto funcionario, es una afrenta calculada que rebaja la gravedad de un asesinato político a caerse montando bici en patios.

El argumento de Saade no solo trivializa la violencia política, sino que instala una idea peligrosa: que la muerte de un líder es un “riesgo asumido” del oficio. Ese razonamiento es peligroso, porque borra la línea que separa la competencia democrática del exterminio político.

Creo firmemente que en política debemos desescalar el lenguaje y abandonar la retórica incendiaria.

Pero eso no significa tolerar el despropósito ni dejar pasar actitudes de un insolente provocador.

Que un alto funcionario del gobierno de Gustavo Petro use su tribuna para minimizar un asesinato político no es un error inocente; es una declaración inaceptable que merece el rechazo categórico de cualquier sociedad que se respete.

En el ejercicio del poder hay cualidades que no admiten negociación: la capacidad de ponerse en el lugar del otro y la conciencia de las consecuencias que tienen las palabras. Cuando esas virtudes se ausentan, la política se contamina de soberbia, el debate se convierte en espectáculo y las víctimas se reducen a un dato olvidable. Alfredo Saade, con su comparación torpe y deshumanizante, ha dejado claro que no entiende, o no le importa, ninguna de esas exigencias.

Por eso, su comentario no es un simple error de forma, sino un síntoma de una degradación ética más profunda. Un asesinato político jamás podrá equipararse con un accidente menor; esa es una verdad tan obvia que solo la ignorancia, la frivolidad o el desprecio absoluto por el dolor ajeno pueden nublarla. Y frente a semejante ligereza moral, la única respuesta digna es el rechazo categórico y la defensa inquebrantable de la memoria de quienes fueron silenciados por la violencia.

 

 

Carlos Aguilar

 

 

https://www.vanguardia.com/opinion/columnistas/2025/08/16/el-sinverguenza-de-saade/

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