Este es un país de pusilánimes, Petro lo sabe, y por ello abusa. Con frecuencia se pasa de piña, ya que tiene claro que nada pasará más allá de unos videos, memes y escritos, criticándolo y señalándolo, pero hasta ahí. No tiene que defenderse, porque nadie lo ataca. Es que el “establecimiento”, o sea la dirigencia nacional, que en teoría es antipetrista le tiene, no miedo, sino pavor.

 

El congreso, pese a la firmeza del destacado Efraín Cepeda, le rechaza algunas de sus iniciativas destructoras, pero no se las bloquea, sino que se las rebate a medias. Sus orates proyectos disfrazados de beneficios son motivo de cobardes “concienzudos” estudios, pero para mirar por dónde se “peluquean” sin que luzca agresión. La autodenominada oposición parlamentaria se pronuncia, pero no lo bloquea; le echa para atrás los proyectos evidentemente inconstitucionales e ilegales, pero lo hace más para la tribuna que para el ruedo. Mientras, Petro sigue con sus desvaríos que a veces parecieran intencionales, como midiendo aceite, pero que generalmente tienen su fondo de malditicidad. Las cortes no le descalifican de plano sus propuestas, sino que se las devuelve para modificación. Insiste en “consultas” asambleas y hasta constituyente que impondrían unas normas específicas para su beneficio, pero el rechazo es tímido. Es el pavor.

 

Lo último y muy grave, lo de la icónica Alpujarra, en pleno corazón paisa, se voló todas las escuadras, le faltó el respeto a la toda sociedad antioqueña, los retó a sabiendas de que allá no gustan de él, sabe que la gran mayoría son anti petristas, pero los retó, además haciéndose acompañar y apoyándose en delincuentes a los que sacó de la cárcel especial y únicamente para el evento público, una terrible burla. Empero, como siempre, videos y declaraciones indignadas tanto de gobernantes como de gremios, pero hasta ahí. Es el pavor.

 

Petro pertenece a la línea de los amenazadores por sistema, porque la cosa le funciona, aunque bien se sabe que la amenaza es recurso de quien se siente inerme. Amenaza con “su” pueblo, que no es suyo, y que está demostrado que los que acuden a su llamado son mercenarios, no los tiene si no les paga. Igual con la amenaza de las mingas, y hasta con los grupos delincuenciales que, claro, no se niegan, están felices con la situación, todo es ganancia. Y no es que se trate de hordas incontrolables, se sabe, pero Petro las esgrime como amenaza, porque igual le funciona.

 

¿A qué le temen? ¿A una revuelta? La gran marcha del silencio demostró que lo suyo son minorías. Revuelto ya está el país, pero nadie lo bloquea, nadie le enfrenta su pésimo gobierno. La única explicación es que le han comido del cuento, y le tienen pavor.