
Colombia es una nación resiliente, aunque no sabemos si por virtud o por resignación. Lo cierto es que hemos soportado tres años de una auténtica tortura disfrazada de gobierno. Tanto la democracia como los ciudadanos hemos enfrentado la prueba más dura de nuestra historia republicana. Y lo más angustiante: aún falta un año para completar este suplicio.
Por estos días, suelen hacerse balances de logros, pendientes y avances gubernamentales. En este caso, el ejercicio resulta una sátira: al mandato de Petro no se le mide por resultados, sino por desaciertos, delirios y estragos. Como lo afirmé en la presentación de mi más reciente libro, Los golpes del cambio, que recopila más de cien episodios de este desastre con pretensiones de transformación, lo ocurrido en este desgobierno no cabe en un volumen: se requeriría una enciclopedia del absurdo.
Uno de los capítulos más recientes se vivió el pasado martes, cuando el mandatario se dirigió al país en una de sus tortuosas alocuciones -esas letanías plagadas de mentiras, cifras mágicas y alucinaciones varias-. Esta vez, el objetivo era evidente: tapar el escándalo que desató la publicación de una serie de mensajes de WhatsApp entre el hijo “no criado”, Nicolás Petro, y su exesposa Day Vásquez. El contenido, digno de un thriller de corrupción y bajezas, dejó al desnudo la pestilente trastienda de su campaña presidencial.
Quienes sobrevivieron a esa transmisión cuentan que Petro intentó hacer un “balance de gestión”, pero lo que en realidad ofreció fue una pieza de teatro delirante, nutrida de datos imaginarios. Su capacidad corrosiva ha llegado al punto de poner en entredicho la credibilidad del Dane, que ahora publica cifras de pobreza y empleo manipuladas -y eso no lo dice la oposición, lo evidencian las inconsistencias de 2023 y 2024-. Nunca antes se había falseado con tal desparpajo la estadística oficial.
Si uno quisiera hacer un inventario serio del desastre podría empezar por sus trinos mal escritos, seguir con sus frecuentes desapariciones internacionales, continuar con sus contradicciones frente a la dictadura de Maduro y cerrar con sus peleas contra todos: el Congreso, las Cortes, el Banco de la República, los gremios, la oposición, los medios. En cuanto al orden público, la salud, las finanzas, el despilfarro y la corrupción, el panorama es sencillamente devastador.
Desde que llegó al poder, Petro convirtió la polarización en política de su mandato. No hay sector que se salve de su mala gestión, su improvisación constante o su desastrosa ejecución presupuestal. Ha seguido un libreto de confrontación con capítulos semanales: cada escándalo trae su cortina de humo. La más reciente: un sainete diplomático con Perú, reclamando la soberanía sobre la isla Santa Rosa en el Amazonas. Como si al país le hiciera falta otro frente de tensión, expidió una “declaración del Estado” cargada de amenazas, y carente de diplomacia.
Lo cierto es que Petro ya sabe que su gobierno fracasó, que el barco se hundió, y que navega en solitario. También ha comprendido que su equipo no le es leal a él, sino al presupuesto. Hoy, se aferra a la isla como náufrago desesperado, porque la embarcación -el poder- ya empieza a alejarse en la inmensidad del mar.
A los colombianos y, en especial, a la clase política, nos queda la inmensa responsabilidad de encontrar fórmulas de unidad para vencer a los protagonistas del desastre y emprender la reconstrucción del país.
@ernestomaciast
Viernes, 8 de Agosto de 2025
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