
“Si tienes que sacrificar tus principios para llegar al poder, entonces el poder no vale la pena.” Pepe Mujica.
El presidente Gustavo Petro llegó al poder enarbolando la bandera de la lucha contra la “mermelada”. Durante años fustigó, desde el Congreso y desde la plaza pública, la práctica de repartir puestos, contratos y prebendas a cambio de favores políticos. Habló con superioridad moral de las componendas del “establecimiento” y de la necesidad de desmontar el clientelismo como modelo de gobierno. Pero una cosa es predicar, y otra, muy distinta, gobernar sin mayorías.
Hoy, Petro no solo abraza la mermelada, sino que la ha llevado a una nueva dimensión: una versión gourmet, multicolor y con sabores para todos los paladares. Su objetivo: sacar adelante una consulta popular que pretendía modificar las reglas de juego de nuestra democracia, saltándose los controles institucionales que lo han frenado en el Congreso. Ante el fracaso de su ideologizada agenda legislativa, apuntó a un mecanismo popular, disfrazado de participación ciudadana, pero cocinado con ingredientes del más rancio clientelismo para adelantar la campaña y dedicarse a lo que le gusta. La perorata.
Como su propuesta de reforma no pasó los filtros que exige la Constitución, la solución que había encontrado era empujarla por la puerta trasera del Senado para implosionar la vía legislativa. ¿Cómo lograrlo? Con una mezcla de presión política, burocracia bien repartida y contratos a la medida; de la mano de Armando Benedetti, ministro del Interior, y Antonio Sanguino -del Partido Verde de Claudia-, ministro de Trabajo, dos operadores políticos con experiencia que si algo saben, es sumar “aliados entusiastas”.
Ambos conocen la maquinaria del Congreso. No son nuevos en estas lides, y si bien su presencia en el gabinete debería ser motivo de prudencia por sus cuentas pendientes con la justicia, han sido ellos los encargados de llenar paladares de mermelada variopinta para todos los gustos.
Lo grave no es solo que el Ejecutivo esté cooptando el Congreso con prácticas que tanto criticó, sino que buena parte del Legislativo pareciera laxo a prestarse para este papelón. Senadores que hasta hace poco se decían independientes y partidos que juraban no dejarse tentar por la mermelada, de repente negociaban su voto con la soltura de quien sabe que la memoria del elector es corta y que, en todo caso, el botín lo vale.
El caso del partido Mira y en particular de la senadora Ana Paola Agudelo, nos tenía sufriendo a todos. Esta colectividad, que históricamente ha pregonado principios morales y valores éticos, estaba indecisa frente a la consulta. ¿Dónde quedaban esos valores cuando en la práctica este proyecto busca erosionar la democracia representativa y consolidar el poder del Ejecutivo por la vía populista?
Y no estaban solos. A ellos se sumaron senadores de otras bancadas como los verdes, la U, los liberales y varios conservadores que pretendían actuar como cómplices activos de un intento de fraude institucional. No por su ilegalidad -pues el procedimiento puede ser formalmente correcto- sino por el uso indebido del poder para manipular el juego democrático.
Porque eso es lo que representaba esta consulta: un atajo para hacer por fuera del Congreso lo que no se pudo hacer dentro, un atajo para imponer un modelo político que muchos no compartimos, pero que se quiere legitimar con una supuesta “voluntad popular”, un atajo para permear la democracia y abrir campo a la autocracia.
Petro sabe bien lo que hace. No es ingenuo ni improvisado. Esta jugada buscaba algo más que una consulta: es un paso más en su cruzada épica, en su narrativa del héroe contra el sistema, en su obsesión por construir un legado que desafíe los límites institucionales. Pero lo que está en juego no es su ego, sino nuestra libertad.
Al final, la oposición se mantuvo firme y la ciudadanía resistió con escrutinio riguroso a los parlamentarios.
Eso es lo que queda como tarea irrenunciable para lo que resta de este gobierno. Mirar con lupa a quiénes son los responsables de las decisiones que pueden acabar de hundir al país o darnos una línea de fuga. Señalarlos. Recordarlos. Evidenciarlos en las redes. Porque ningún senador que se preste para este juego sucio merece seguir ocupando una curul.
Y lo más importante: cuando llegue el día de las elecciones, tenemos un deber ineludible como ciudadanos. Votar por quienes hayan sido coherentes sin excepciones en la defensa de la libertad y de los valores en los que creemos. Por los que han enfrentado esta lucha por la democracia con ardentía y determinación.
Hoy la estrategia que ciudadanía y oposición tejimos juntos, salió avante. Los partidos valientes de la oposición, el Mira y otros indecisos, votaron contra la consulta petrista. Logramos persuadir díscolos y orientar a quienes se las daban de “incautos”. La mermelada multicolor, no les alcanzó.
Que sea éste un presagio de lo que viene para Colombia.
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