Ante la propuesta en el Congreso de un ascenso para tres distinguidos oficiales del Ejército con una limpia hoja de vida, Iván Cepeda insólitamente alegó que no era posible ascenderlos porque sobre ellos pendían acusaciones de “falsos positivos”. No da para más su corta imaginación, ya que la imaginación nace de la confrontación de personas y paisajes, de costumbres y lenguajes; pero un cerebro como el suyo, que durante décadas ha estado postrado sin haberse abierto al debate con las ideas contrarias, ha limitado sus funciones a la repetición de las mismas dos o tres acusaciones, que si bien le sirvieron durante algún tiempo para mostrarse como un audaz revolucionario, hoy ya nos demuestran que lo que en cada sesión del Congreso ha venido repitiendo como un consueta, es lo propio de un cerebro reseteado.
Hugo Gallego, al recordar a sus jugadores que el fútbol requiere de la inteligencia, les repetía esta máxima: “el cerebro no suda”. ¿Qué tipo de pensamiento político le puede uno pedir a estas ruinas postergadas de nuestro Partido Comunista? Una Comisión de Ética del Congreso y la Cámara de Representantes, debería, con el concurso de la Academia de la Lengua, revisar minuciosamente los casos de sus representantes que llevan décadas sentados en el Congreso y la Cámara repitiendo la misma monserga mamerta. ¿Qué sucedería, en este mismo caso, si se les hiciera un examen de lenguaje a los directivos y militantes profesores de FECODE?
El ya hoy histórico derrumbe de los diferentes Partidos comunistas en el mundo, es decir, repito, el derrumbe de un lenguaje totalitario, ha sido cuidadosamente ignorado en Colombia, donde los lugares comunes del estalinismo y del maoísmo a la criolla han permanecido congelados en el tiempo. Alguna vez Manuel Mejía me mostró un curioso personaje, cuya estrategia para aparecer como inteligente, consistió en poner un gesto serio y nunca responder a las preguntas que se le hacían, y el ardid le funcionó hasta que le dio por opinar y se vino a descubrir que era bobo.
Mientras las FARC y su retórica revolucionaria funcionaron en nuestra política, presentándose como héroes del pueblo, ciertos sectores sociales les comieron carreta y los tomaron como inteligentes y salvadores. El Acuerdo de Paz, al ir desvelando lo que se había ocultado a conveniencia, también nos ha ido descubriendo los escombros de esa fraseología mentirosa. Un “Partido Verde” que calla ante los intentos de Gentil Duarte de quemar La Macarena y destruir Caño Cristales, que calla ante el envenenamiento de los ríos por parte del ELN, ¿no se está quitando su disfraz?
Llamamos distopía a los balances que nos muestran melancólicamente aquello que las utopías políticas dejaron de cumplir, pero en el caso colombiano no podemos llamar utopía comunista a lo que desde un comienzo fue una patraña, que logró sostenerse artificialmente en los últimos años gracias a las vilezas del santismo, que convirtió la política en un simulacro a su uso y a la información en una calculada desinformación -véase diariamente la alucinante primera página de “El Tiempo” donde se pasa orondamente del fake news a la difamación, para que intentemos sopesar lo que apenas comienza a ponerse en evidencia si es que tenemos ojos y criterios para ello-. No es entonces que hagamos objeciones a la JEP, sino que la JEP es el reverso de esta misma patraña. Impasible y mentirosamente Lozada-Cortés acaba de “confesar” seis estremecedores crímenes de lesa humanidad, donde estuvo acompañado por Márquez y Timochenko; pero como ha sido consagrado por esa “justicia de transición”, que se inventó Enrique Santiago, y que lo ha exonerado de culpas a nombre de la Paz ¿cómo poder juzgarlo, si esos jueces previamente se han negado a analizar y a condenar una forma de violencia que mató a 200.000 seres humanos? Es aquí donde también se agrava lo que retóricamente estamos llamando crisis de los Partidos tradicionales, y que como recalca Douglas Murray en su extraordinario “La masa enfurecida”, nos invita a recordar que la naturaleza odia el vacío y este vacío puede llenarse con lo peor, las nuevas sectas, las nuevas tribus, los identitarismos de todos los pelambres. En fin, esa debacle que viene cuando desaparecen el Estado de Derecho y la Justicia.
Darío Ruiz Gómez , Periódico Debate, 12/12/2020