Petro y la diplomacia de la revanchaPetro y la diplomacia de la revancha
Hasta la inauguración de una sede diplomática, es utilizada por Petro para lanzar mensajes de venganza, de desquite. La concordia, la armonía, la serenidad son elementos ajenos a la personalidad del individuo que ejerce la jefatura del Estado colombiano. Lo que debería ser un acto protocolario, una muestra de madurez institucional y de proyección internacional, termina siendo un espectáculo de recriminaciones, odios larvados y facturas que se cobran al aire, como quien no sabe perdonar y vive preso del pasado.
El fin de semana, Petro inauguró la innecesaria embajada de Colombia en Haití. En vez de celebrar con el tono que debe emplear un hombre de Estado, se valió de la oportunidad para ajustar cuentas y pelear con los fantasmas que rondan su atormentada y adicta imaginación. En la red social X, se preguntó: «¿Qué fuerzas impedían en la cancillería que hubiera una embajada en el país desde donde salió nuestra independencia? ¿Sería porque nuestra libertad salió fue de los esclavos negros que se liberaron a sí mismos?».

Afirmar que la independencia de Colombia «salió de Haití» es exagerado. Cuando Bolívar fue recibido en esa isla por el presidente Peiton, logró un apoyo en términos de hombres, pertrechos, barcos y armas. Petro y la diplomacia de la revancha.
Peiton puso una condición: una vez lograda la independencia, Bolívar tenía que abolir la esclavitud. El libertador asumió el compromiso, pero evidentemente lo incumplió, pues la esclavitud se mantuvo vigente hasta 1851.
Lo cierto es que Petro miente como el bellaco que es al maximizar el papel haitiano en la independencia. La ignorancia oceánica del presidente de Colombia produce escalofríos. Decir que la «independencia salió de Haití» es una reducción histórica que desconoce los múltiples factores internos, las luchas criollas, los movimientos previos como la Revolución Comunera, la creación de las juntas de 1818, las campañas internas de Cundinamarca y la Nueva Granada, el papel de otros lideres independentistas como Antonio Nariño, Sucre, el felón Santander, entre otros.
El estilo de Gustavo Petro se ha consolidado como uno de los más pendencieros que haya conocido la política contemporánea colombiana. No se trata de un mero temperamento difícil ni de arrebatos aislados: su actitud belicosa es un componente estructural de su forma de ejercer el poder. Su lenguaje está plagado de acusaciones, insultos, burlas y descalificaciones, incluso en escenarios donde se espera compostura, sobriedad y vocación de unidad nacional.
La evidencia abunda. Durante su reciente discurso en la apertura de otra embajada, esta vez la de Colombia en Palestina, Petro no habló de diplomacia ni de convivencia entre los pueblos. Aprovechó la ocasión para atacar a los opositores de su política internacional y para sembrar más división. Como él mismo dijo, «esta sede es también un símbolo contra quienes, desde Colombia, apoyan los genocidios con su silencio cómplice». Una frase innecesariamente agresiva, cargada de resentimiento, y que no busca tender puentes sino incendiar los ya existentes.
Su estilo canalla es la regla. Cuando el Congreso no le aprueba una reforma, Petro no negocia: ataca. Cuando los medios lo critican, no responde con argumentos: los acusa de conspiración. Cuando las Cortes le ponen límites, no recurre a la razón jurídica: lanza invectivas y sugerencias de golpe blando.
En vez de buscar consensos, Petro profundiza trincheras. En lugar de construir, destruye. Lo suyo es la lógica del resentimiento, la épica del conflicto permanente. No gobierna: pelea. Y cuando no encuentra un adversario externo, lo fabrica.
Petro y la diplomacia de la revancha
Todo esto nos lleva a una pregunta más profunda: ¿qué tipo de liderazgo necesita un país como Colombia, marcado por décadas de violencia, desigualdad y desconfianza institucional? Difícilmente puede ser uno que se alimente de la rabia, que reparta culpas en lugar de asumir responsabilidades, y que transforme cada acto de gobierno en un ajuste de cuentas.
Decía Pascal que «la justicia sin la fuerza es impotente, y la fuerza sin la justicia es tiranía». Petro parece haber olvidado la primera parte de la sentencia y haber hecho de la segunda su lema. Su uso del poder no está orientado por la justicia ni por el bien común, sino por la necesidad constante de imponer, de humillar, de vengarse. En vez de servir a todos los colombianos, gobierna como si el país fuera una extensión de sus agravios personales.
En tiempos de crisis, un estadista busca apaciguar. Un pendenciero, en cambio, agita. Colombia necesita al primero. Desafortunadamente, tiene al segundo.
Publicado: julio 21 de 2025
https://losirreverentes.com/2025/07/petro-y-la-diplomacia-de-la-revancha/