Más allá de criticar la tardanza en las cartas de Álvaro Leyva a Gustavo Petro -y, por extensión, al país-, lo verdaderamente alarmante son sus contenidos. Entre los varios asuntos delicados que plantea la más reciente misiva, hay dos de la mayor gravedad. El primero expone, con datos y lugares concretos, un secreto a voces: los problemas de drogadicción del jefe de Estado. Leyva no insinúa, afirma. Y lo que afirma sugiere que Petro no solo está enfermo, sino profundamente afectado por su adicción. El segundo asunto es más disruptivo: plantea sin ambages la posibilidad de que Petro deba abandonar el cargo, al decir: “Llegó la hora de revisar su permanencia en la Presidencia de la República”.
Las afirmaciones no provienen de un opositor, sino de su excanciller, su hombre de confianza y consejero durante medio período, su compañero de viajes, reuniones privadas y gestiones diplomáticas. Un testigo de primer orden. La respuesta de Petro fue fiel a su estilo pendenciero: descalificó a Leyva con insultos personales, llamándolo “viejo loco, decrépito”, y atribuyéndole intenciones oscuras dentro de un supuesto “complot” para sacarlo del poder. Pero no desmiente los señalamientos. Otra vez, la misma fórmula: victimizarse, desviar el foco y convertir toda señal de alarma en narrativa épica para sus fanáticos.
Petro ha hecho de la manipulación narrativa el eje de su ejercicio del poder. Desde su posesión, no gobierna con hechos, sino con relatos, trinos y discursos erráticos. Impone un libreto, maltrata las instituciones y trata de silenciar a sus contradictores. Su control del escenario mediático roza lo teatral. Recientemente llegó al extremo de contratar a un humorista afín para caricaturizar, en una entrevista simulada, sus escándalos personales y presentarse, entre risas y guiones, como víctima de persecuciones imaginarias. La degradación institucional convertida en espectáculo.
Lo inquietante es que todo lo destruye. Petro avanza como una aplanadora, comenzando –trágicamente- por la devastación del país. Y mientras arrasa, prepara el terreno para el siguiente paso: una consulta popular que, bajo el ropaje democrático, busca consolidar la financiación de su campaña electoral, fortalecer sus listas al Congreso y asegurar la continuidad de su proyecto ideológico, tal vez en cabeza de un heredero obediente.
Pero mientras él camina con claridad hacia sus objetivos, la oposición continúa dispersa, fragmentada entre más de 40 aspirantes que se creen presidenciables. Se requiere sensatez y sentido de urgencia, porque el futuro de Colombia está, principalmente, en sus manos. Lo primero es actuar como un bloque unido y recuperar el control de la agenda pública, arrebatándosela a quien hoy la impone habilidosamente. Incluso, considerar con seriedad la propuesta de Leyva: si Petro sufre un trastorno que le impide gobernar, no puede seguir al mando de la nación.
Lo segundo es más ambicioso: convocar una cruzada nacional dentro del orden constitucional. Involucrar a los gremios productivos, a la juventud libre de adoctrinamientos, a los sectores políticos de centro y derecha -sin extremos-, a la reserva activa, e incluso a los mandos medios de la Fuerza Pública. La tarea: defender la institucionalidad sin titubeos. Y también, reducir el volumen de la confrontación política para evitar el colapso del país y proteger la realización de las próximas elecciones.
Aunque parezca que todo está perdido, no lo está. Aún estamos a tiempo. Si los colombianos actuamos con decisión y firmeza, podremos detener el desastre y garantizar la reconstrucción de la nación.
@ernestomaciast
Ernesto Macías Tovar
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