Millones de colombianos expresaron el 7 de agosto, en las calles de las principales ciudades del país, su repudio a la cruel farsa judicial montada por el gobierno de Gustavo Petro contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez.
Las marchas fueron gigantescas y pacíficas. Millones desfilaron con pancartas y banderas patrias y gritaron “¡Fuera Petro!”. En 30 ciudades y municipios, sobre todo en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena y Bucaramanga —sin olvidar las que hubo en Madrid, Barcelona, Miami y Toronto—, los manifestantes estaban animados de la misma convicción: que ante las agresiones que sufre, desde hace tres años, no sólo el expresidente Uribe sino, el país en su conjunto, las demostraciones de fuerza política-popular de la oposición son indispensables y deben intensificarse.
Pues Colombia ha entrado en un periodo electoral violento, en el que el narco-comunismo ya intentó asesinar a tiros, en Bogotá, a un destacado precandidato de oposición, Miguel Uribe Turbay, luego de lo cual, en sincronía perfecta, le asestó al expresidente Uribe —líder del partido Centro Democrático y de otras franjas del campo político—, una demente condena a 12 años de prisión (domiciliaria por el momento) que nadie toma por legal ni legítima en vista de los evidentes abusos y manipulaciones de ese proceso.
En todo caso, las eminencias grises de Gustavo Petro parecen estar riñendo. Algunos ven que las FARC y Petro, guiadas únicamente por el odio más pueril, han hecho de Álvaro Uribe Vélez, 73 años, un mártir. Y eso es inconveniente. La táctica comunista es bien conocida: la dignidad del adversario debe ser destruida antes de exhibirlo en un proceso. La confesión de la culpa, arrancada a la fuerza, es indispensable, como hizo Stalin en los procesos de Moscú de 1936-1938.
Con Uribe no han logrado nada de eso. La técnica para aniquilar el pasado, presente y futuro de sus enemigos no funciona con Uribe. Mientras millones de colombianos se lanzaban a las calles para repudiar el texto indigesto del 31 de julio, desde su hogar en Rionegro, el expresidente declaró en un video: “Siento que mi corazón es pequeño, necesito uno más grande para poder expresar a todos ustedes la infinita gratitud de los míos y la mía por sus generosas muestras de apoyo y solidaridad”.
En lugar de someterse, Colombia se levantó con fuerza contra la violencia oficial y lanzó al agonizante pero bárbaro régimen una advertencia: el que debe desocupar la escena es Gustavo Petro y consortes por los delitos electorales cometidos por él en 2022 —por lo que hay investigaciones abiertas tanto en la Cámara de Representantes como en la Fiscalía General—, y por su desastrosa gestión anti constitucional (gobernando por decreto, desfinanciando y paralizando las Fuerzas de la República, entregando a Venezuela el Caguán y parte de las fronteras, arrasando el sistema general de salud, las relaciones exteriores, la economía privada y nacional, arruinando miles de empleos productivos, amenazando el Congreso y manipulando el poder judicial mediante actos de masivo clientelismo, nepotismo y corrupción).
Como lo anuncia cínicamente Alfredo Saade, el nuevo vocero y jefe de gabinete, Petro está dispuesto a quedarse de manera indefinida en la Casa de Nariño. ¿Cómo hará Petro, quien se sabe ultra minoritario en los sondeos de opinión? No hay mil caminos para atornillarse. Lo primero es impedir que haya elecciones en 2026 o, que las haya, pero en un clima de confusión tremendo, con masiva intoxicación digital de las “bodegas” en redes sociales, con interferencia del sistema electoral y violencia selectiva realizada por los grupos criminales que se benefician de la “paz total” para que Gustavo Petro logre, finalmente, imponer el candidato que él escoja.
La desesperada clique gubernamental está dispuesta a todo. Lo último que ha hecho Petro es convertir irresponsablemente un minúsculo diferendo sobre la isla Santa Rosa de Loreto, resultado de un fenómeno natural sobre el río Amazonas, que podría ser resuelto con negociaciones tranquilas, en una “invasión peruana de territorio de Colombia”. Nada menos. Así, Petro copia una vez más a sus ídolos Chávez y Maduro quienes quisieron echarle mano a 160.000 km² del Esequibo guyanés para catalizar la oposición y amarrarla al carro de Maduro.
¿Qué hay detrás del nuevo berrinche de Petro? ¿Reforzar las bandas criminales mediante la dispersión geográfica de las fuerzas militares hacia Leticia y crear un clima de terror en las ciudades? ¿Aislar más a Colombia y disparar un conflicto externo para romper la resistencia popular contra Petro?
Muchos alcanzan a ver, aunque faltan pruebas, que detrás de Petro otros intereses importantes obran a sus anchas para convertir a Colombia en fortín antiamericano y antioccidental. Sin embargo, las manifestaciones de ayer prueban que el país no está ciego ni embobado y que es plenamente consciente de que la libertad y la prosperidad de todos debe ser reconquistada al precio que sea.