Cuando asumen los nuevos legisladores, los representantes de la izquierda argentina dan un show bochornoso. Cada vez que se acerca uno a juramentarse, ya todos saben que se viene la cantinela ridícula.

“Por Palestina libre”, “por los trabajadores del mundo”, “fuera Bush de América Latina”, “por los 30 mil desaparecidos” …ver a un diputado de la izquierda jurar para asumir su banca, es garantía de un discurso repetido e infantil. Mientras algunos hacen una versión breve, metiendo los tres o cuatro “hits” en unos instantes, otros torturan con la versión extendida. La cantinela de todos los lugares comunes habidos y por haber, para luego terminar al fin con el “sí, juro”.
Ni bien consiga una mayoría cómoda el oficialismo (¿será en las elecciones de 2027?) sería ideal modificar el reglamento, para que cualquier respuesta que no sea simplemente la afirmativa, se convierta en una negativa por default, impidiéndole al emisor de los discursos impresentables la posibilidad de asumir y ocupar su banda, donde eventualmente reiterarán las mismas sandeces con el correr de las sesiones.
Pero, tratemos de analizar juntos la psicología de este comportamiento infantil, que muestra ante las cámaras el actuar vergonzoso de un adulto, que cree que está dando una batalla contra el sistema, mientras solamente está haciendo el ridículo.
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Hay que ir hasta Marx para empezar a dilucidar lo que tienen estas personas, que creen que su vestimenta informal (salvo la coqueta de Myriam Bregman) es un acto de rebeldía y revolución. El “inventor” del “socialismo científico”, que decía que hay que ir hacia la dictadura del proletariado para llegar eventualmente a la utopía sin clases, consideraba que había una estructura y una superestructura donde los políticos de los países capitalistas (para ellos, todos los países son “capitalistas”) forman parte de la clase opresora junto a los empresarios (explotadores).
Claro que existen políticos del statu quo imperante, asociados con empresarios prebendarios, que operan en prejuicio del pueblo. Claro que nada de esto tiene que ver con la teoría de la explotación delirante que los marxistas tienen en la cabeza, sino con otra explotación diferente: la de suprimir el mercado libre en favor de sus beneficios. Como vimos en Argentina muchas veces, los industriales que no quieren competencia financian políticos que cierran las importaciones, por lo que los argentinos deben comprarles a ellos más caro. Claro que esto se soluciona con libertad de mercado, pero los trotskistas son tan cortos, que no hacen otra cosa que seguir beneficiándolos.
Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista, comprendió esto a la perfección hace más de un siglo. Por eso, en favor de los trabajadores, pedía patrón oro y libre cambio. Él no quería que los políticos falsifiquen la moneda y que los empresarios prebendarios le hagan comprar porquerías a los trabajadores. Sería interesante que los energúmenos que juraron hoy por todas las estupideces mencionadas lo lean, a ver si aprenden algo.
Pero como estos legisladores son absolutamente esquivos a la lectura, a las ciencias sociales serias, al conocimiento de la historia y a los principios básicos de la economía (patología que se cura leyendo un par de libros), prefieren quedarse en el idílico lugar donde los puso Marx, aunque ellos no carguen fusiles, como el líder espiritual dijo que había que hacer en sus últimos párrafos de El Capital. Vendrían a ser la luminaria, que nos dicen a todos cuál es el camino para romper las cadenas de la esclavitud, aunque las grandes mayorías no los votemos nunca, por no querer saber nada con sus ideas trasnochadas y fracasadas.
Pero como ellos están en el lugar de “los buenos” y todos los otros son “los malos”, hay que aprovechar esos instantes del juramento, para lanzar esas consignas revolucionarias, que, en lugar de prender la mecha de la rebeldía hacia el socialismo en las masas obreras, genera hartazgo en todos los demás.
Sin embargo, lo único que sucede es una disociación absoluta, entre la realidad y lo que les pasa por la cabeza a estos muchachos. Pero, ellos están convencidos que tienen razón, como cuando un niño reniega con sus padres, porque no quiere tomar un remedio, bañarse o irse a dormir. Afuera está la opresión y hay que combatirla con uñas y dientes. Como los chiquilines, que en medio de los berrinches no perciben que están haciendo y diciendo tonterías, los legisladores de izquierda piensan que todos están equivocados menos ellos.
Tal grande es la disonancia cognitiva, que una diputada hoy pidió que Estados Unidos no desaloje a la narcodictadura de Nicolás Maduro, en nombre de la “solidaridad internacionalista”. Parece que no se da cuenta que su “solidaridad” termina siendo para con un dictador al que se le oponen hasta los pocos comunistas ideologizados convencidos que hay en Venezuela, que sufren en carne propia el monstruo al que ayudaron a construir hace más de dos décadas.
Aunque todo esto sea evidente, ellos seguirán en el mundo de fantasía, donde combaten a los malos, con su épica revolucionaria. Aunque se las tácticas sean decir estupideces antes de decir “sí, juro”, como indica el reglamento. Están muy cómodos ahí. Es una zona de confort, que ni siquiera les hace replantear que siempre sean los mismos candidatos y cabezas de lista. Viven en una fantasía revolucionaria y nosotros les pagamos la “Matrix”, donde denuncian genocidios y reivindican la verdadera justicia de los más necesitados.
Lamentablemente, para ellos, todo parece indicar que les esperan seis años de dura confrontación con la realidad, con la gran mayoría de “obreros y trabajadores” respaldando un proyecto político y económico que a ellos los horroriza. Pero no importa si la gran mayoría les da la espalda. Son todos “desclasados” y “lúmpenes engañados” que no pueden apreciar la sabiduría que ellos manifiestan a los gritos, desde la jura por Palestina hasta que se les termina el mandato.