Una alocución para el archivo psiquiátrico | Los Irreverentes

 

 

Gustavo Petro volvió a hacer lo que mejor le sale: gritar, desvariar, culpar a todo el mundo de sus fracasos y construir una realidad paralela donde él es víctima, mártir, héroe, genio incomprendido y visionario iluminado, todo al mismo tiempo. Su alocución presidencial de esta semana —un espectáculo grotesco— confirma que Colombia está en manos de un sujeto inestable, desbordado por la realidad y peligrosamente convencido de su infalibilidad. Una alocución para el archivo psiquiátrico.

 

Uno de los momentos más alarmantes fue su acusación contra los canales privados por no transmitir los consejos de ministros. Según Petro, eso es una «violación a la Constitución» que «condena a los colombianos a la violencia». Tal afirmación no solo raya en lo ridículo, sino que implica un grave desconocimiento de los límites de la libertad de prensa y el rol de los medios en una democracia. En su cabeza, los medios están obligados a amplificar sus delirios en cadena nacional. Y si no lo hacen, son traidores a la patria.

 

En tono burlesco y profundamente alejado de la realidad, se refirió al sistema de salud estadounidense como «ineficaz» y se burló de «los gringos». Aquí conviene detenerse. Estados Unidos, con todos sus problemas, tiene uno de los sistemas de salud más avanzados del mundo en investigación, innovación tecnológica y capacidad de respuesta hospitalaria. Que Petro —quien ha sumido al sistema de salud colombiano en el caos más absoluto— ose burlarse de una potencia médica revela el tamaño de su ignorancia o la profundidad de su resentimiento. O ambas.

 

Luego, como quien dispara con una escopeta, soltó que la deuda de las EPS no es de $32,9 billones, como afirmó la Contraloría General de la República, sino de «más de $100 billones». ¿En qué sustenta semejante cifra? En nada. Se la sacó de la manga, como un mago decadente en una fonda de provincia. Alega que a la cifra de la Contraloría hay que sumarle la devaluación. Es decir, la contabilidad macroeconómica convertida en anécdota de borrachos. Una reinterpretación arbitraria de las cifras, que hace ver al extremista Jorge Enrique Robledo como un economista ortodoxo.

 

En el extremo del absurdo, culpó de la deuda de las EPS a los dueños de los medios de comunicación. Según Petro, los mismos periodistas que denuncian el colapso del sistema de salud, son quienes lo provocaron. Es una lógica tan torcida que solo tiene sentido en la cabeza de alguien que ve enemigos por todas partes y aliados únicamente en el espejo.

 

En su momento más descompuesto, Petro le exigió a la oposición que hiciera su tarea «con seriedad», mientras balbuceaba incoherencias, hilaba frases sin sentido y se deslizaba entre pausas erráticas, risas nerviosas y palabras atropelladas. Es evidente que esa alocución se hizo con un Petro bajo los efectos de alguna sustancia poco compatible con el decoro presidencial. Nunca antes en la historia republicana de Colombia un jefe de Estado había oscilado tan rápidamente entre la furia descontrolada y la risa maniaca. El espectáculo fue, a la vez, patético y profundamente preocupante.

 

La alocución incluyó ataques personales. Arremetió contra el presidente de Keralty —grupo empresarial al que pertenece Sanitas— y lo calificó de «criminal que debe irse del país». Un presidente que lanza condenas públicas sin pruebas ni debido proceso, en televisión nacional, es un presidente que ha perdido todo respeto por el Estado de derecho. La calumnia, el linchamiento moral, la persecución ideológica y la arbitrariedad se han convertido en política de Estado. En buena hora, el empresario en cuestión –Joseba Grajales– le ha revirado a Petro como corresponde anunciando acciones judiciales tanto en Colombia cono en el exterior: «He dado instrucciones a nuestro equipo legal para actuar con firmeza y claridad: vamos a denunciar ante los juzgados nacionales e internacionales no solo al presidente Gustavo Petro, sino también a los miembros de su equipo de gobierno que han colaborado en la difusión de estas mentiras, y a cualquier persona o entidad –pública o privada– que intente dañar por acción u omisión la imagen de este grupo [Keralty], de sus instituciones o de las personas que lo conformamos…».

 

El delirio alcanzó niveles zoológicos cuando anunció con bombos y platillos el «destierro de hipopótamos hacia la India». Como si eso fuera una prioridad nacional. Vale la pena recordar que estos hipopótamos —sí, los mismos que ahora protagonizan la política exterior colombiana— son descendientes de los que trajo Pablo Escobar a su hacienda Nápoles. De ser parte del narcopaisaje, esos animales pasan a ser utilizados como como distractores de la crisis institucional.

 

La ignorancia no tuvo límites cuando se burló de Alejandro Gaviria, diciendo que «ni siquiera es economista». Si algo no se le puede criticar a Gaviria, por más pusilánime, falso, canalla y tibio que sea, es precisamente su formación académica. Ha sido decano de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, una de las más prestigiosas del país. Que Petro lo niegue, sabiendo que es un hecho verificable, no es un error: es una mentira deliberada, propia de quien ha hecho del engaño una estrategia permanente.

 

El presidente también afirmó que su gobierno ha sido «el que más dinero le ha dado a la salud en la historia de Colombia». Otra hipérbole. Si bien se han girado recursos, el problema no ha sido la cantidad, sino la ineficiencia y el caos de su ejecución. ¿De qué sirve inyectar fondos si el modelo está colapsando, las EPS intervenidas, y los hospitales al borde de la quiebra? Lo que hay no es una inversión histórica, sino una catástrofe presupuestal en cámara lenta.

 

Finalmente, en el colmo del autoritarismo, Petro exigió a los medios de comunicación que informen «lo que el pueblo necesita saber», es decir, lo que él quiere que digan. Se trata de una violación flagrante al artículo 20 de la Constitución, que garantiza la libertad de prensa. Este tipo de intervenciones no son propias de una democracia liberal, sino de un régimen personalista que se siente dueño del relato y verdugo de la crítica.

 

Petro no gobierna. Proclama, acusa, miente y grita. La alocución del 15 de julio no fue una rendición de cuentas, sino un espectáculo de desvaríos y odios personales. Colombia merece algo mejor que este carnaval de egolatría, resentimiento y mentira.

 

 

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