Charles Péguy, un filósofo y escritor de principios del siglo pasado, dijo que la propaganda podía despertar o adormecer a los pueblos, aunque lo más posible es que sucediera lo segundo. De hecho en su aspecto negativo terminó comparando a la propaganda con una hipnosis colectiva.
Se adelantó al fenómeno del lavado de cerebro en el cual se especializaron los comunistas del siglo XX. Sus técnicas provocaron alarma, por ejemplo, cuando los pilotos estadounidenses prisioneros de la guerra de Corea regresaban de China o Corea del Norte convertidos en comunistas fanáticos a pesar de vivir duras y opresivas condiciones en los campos de trabajo en los que fueron recluidos.
Fue difícil recuperar para la normalidad a estos soldados. De hecho se originó el programa especial MK Ultra por parte del gobierno estadounidense, que a su vez fue acusado de cometer algunos abusos en los experimentos que realizaban.
Sin duda el cerebro humano puede ser fuerte o frágil. Cuando el pensamiento o el espíritu humano se relacionan con valores trascendentes es fuerte, pero el espíritu desnudo en una situación de fragilidad extrema se convierte en una expresión muy débil, como un cuenco vacío al que se le puede llenar de cualquier cosa, eliminando antes por completo cualquier resabio de prevención o principio lógico preexistente.
En esta circunstancia una propaganda negativa se puede apoderar de esos espíritus débiles al relacionarse con sentimientos negativos: el miedo, el abandono, la culpa u otros que están soterrados en la vida cotidiana, como el resentimiento, la envidia, la ira.
En México hemos experimentado el poder de la propaganda negativa. Expertos propagandistas rodearon al presidente López Obrador. Herederos de las tradiciones comunistas, e identificados con el globalismo neomarxista y su inversión de los valores, lograron la manipulación de masas a la que aspiraron durante décadas.
Se enfrentaron con una oposición sumamente débil, sustentada en formulas mercadotécnicas y publicitarias fácilmente superadas por la propaganda obradorista, alimentada de esa tradición comunista y de la vieja concepción del priismo populista de raigambre echeverrista, de la que se alimentó durante su juventud en la cual fue fósil universitario este presidente.
La técnica comunista se basa en una repetición simple y constante, mientras se elimina cualquier precedente diferenciador, ligado esto a sentimientos negativos, en esta manipulación de masas, su base fue el resentimiento social.
Esto se combinó con el poder del presidencialismo en la cultura social mexicana. Mientras que el presidencialismo en el periodo de transición democrática se fue acotando a sí mismo, el presidencialismo obradorista restauró y perfeccionó al viejo presidencialismo: culto a la personalidad, fomento del agradecimiento social, encarnación del paternalismo, desprecio a sus adversarios, identificación patriótica, autoritarismo legitimado, discurso dominante, réplicas cortesanas, idea de infalibilidad.
En relación al discurso dominante quisiera contar un hecho interesante. Cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari asumió la presidencia, hizo una estrategia de tres puntos para legitimarse: 1. Detuvo a la Quina, el viejo líder petrolero, para demostrar su poder según el viejo precepto maquiavélico: “Cuando conquistes una nueva ciudad cuelga de la torre más alta al principal de tus enemigos”, 2. Inició de inmediato un programa social de gran alcance: Solidaridad, basado en la participación directa de comunidades en el manejo de apoyos sociales directos. Comenzó y terminó en su sexenio siendo un éxito. 3. Escogió un tema de interés social para explotarlo hasta el cansancio, de tal modo que al resolverlo lograra una adhesión masiva.
El expresidente de México Carlos Salinas de Gortari brinda declaraciones a la prensa, el 08 de julio de 2004 luego de una conferencia ofrecida en Ciudad de Panama ante empresarios y lideres políticos sobre la situación de México antes y después del tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos y Canada. (TERESITA CHAVARRIA/AFP via Getty Images)
En este tercer punto me amplío. El tema escogido por el presidente Salinas fue la deuda externa. Su gobierno, heredero de la quiebra delamadridista, herencia de los gobiernos populistas y derrochadores de Luis Echeverría y José López Portillo, tenía la carga enorme de la deuda externa combinada con una espiral inflacionaria agobiante.
Esto había trascendido socialmente. La gente lo sintetizaba en aquel tiempo con un saludo cotidiano, entre resignado e irónico: “¿Cómo te va de deuda?”. Entonces Salinas en sus discursos de todos los días siempre mencionaba el tema de la deuda externa. Si iba con campesinos les decía que la deuda externa se debía solucionar para acabar con tanta pobreza del campo. Si sus interlocutores eran empresarios la deuda externa era el problema que no dejaba que México se desarrollara. Si lo recibía algún gremio urbano su discurso giraba en torno de la deuda.
Así el propio presidente alimentaba y se identificaba con el tema. Mientras tanto sus representantes buscaron renegociar esa deuda externa, convertida en una loza que el país cargaba ya en sus espaldas, sancionada además por las quejas del propio presidente.
Y poco antes de que expirara el primer año de su gobierno, logró una renegociación con el Club de París de una parte de la deuda externa: se pactó una quita del 4.5 por ciento de los intereses a pagar, que ciertamente significaron un cierto alivio.
Antes de esto, con buena astucia y sabiendo del espionaje estadounidense, durante las negociaciones con el Club de Paris, concentró en Los Pinos a altos funcionarios de su gobierno y a todos sus asesores y filtró la especie de que su gobierno preparaba una moratoria al pago de la deuda. Así empujó la negociación final.
Posteriormente al acuerdo del Club de París el gobierno convocó a una reunión de las fuerzas vivas de la República. Se hizo el anuncio oficial de la quita como un logro histórico. Se cantó por todos en un momento emotivo el Himno Nacional. Y tan tan. Jamás volvió a hablar Salinas del tema como presidente. Y las encuestas, que por primera vez comenzaban a hacerse en su gobierno, mostraron una reacción positiva en la población, de tal suerte que posteriormente la gente dejó de saludarse “¿Cómo te va deuda?”. Luego vino la quita de ceros del peso y paulatinamente un descenso de la inflación.
Después de Salinas nunca he visto a otro presidente, salvo López Obrador, con un astuto manejo semejante de los mecanismos sicológicos y políticos de la propaganda de masas. Es algo curioso, siendo ambos antípodas en lo ideológico y en sus programas de gobierno.
El gobierno obradorista, a punta de propaganda y promoción del culto a la personalidad del presidente, convirtió una política neoliberal –la entrega de dinero en efectivo a ciudadanos en lo individual, es una recomendación de Milton Friedman, el gran ideólogo del neoliberalismo– en un increíble programa social, ante el cual la oposición nunca tuvo capacidad de imponer el límite constitucional y publicitario que existía antes: “Este programa no pertenece a ningún partido político”.
La gente celebra el cumpleaños del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, afuera del Palacio Nacional, donde ofrece su conferencia de prensa matutina diaria, en la Ciudad de México el 13 de noviembre de 2019. (PEDRO PARDO/AFP vía Getty Images)
Es lógico que la oposición, sin autocrítica, asesorada por publicistas, vivales y ñoños, haya sido arrasada por un político de fuste como López Obrador y muy bien asesorado, guste o no, por gente como Epigmenio Ibarra, la consultora Neurona, sus despreciados caricaturistas de izquierda, bastante sensibles a los detalles del ánimo social y también por su comunicador social, Jesús Ramírez, un izquierdista muy ducho en la manipulación de las redes sociales.
Pero fue el uso de la técnica de la propaganda comunista, basada en la repetición constante e hipnótica, ligada a un sentimiento negativo como el resentimiento social, el gran éxito de la propaganda obradorista, siendo un gobierno corrupto, él y sólo él acabó con los corruptos.
Un verdadero lavado de cerebro de masas, que no reconocen el desastre en materia de salud, educación, seguridad pública, seguridad nacional, corrupción, cultura, política exterior, que representa el obradorismo. Sólo repiten las loas al presidente y el odio a sus adversarios, confundidos todos en el pasado, como si unos corruptos –la mayoría integrados ahora a Morena– representaran a todos los que están descontentos con este gobierno.
Su resultado es la polarización social y un poder encarnado por el presidente quien promueve además un excesivo culto a la personalidad, que cierra el círculo propagandístico en el que está atrapado el país.
La pregunta es: ¿qué sigue? ¿El gobierno de Claudia Sheimbaum va tener la misma capacidad propagandística que el obradorismo? Hasta este momento parece heredarla, incluyendo el manejo simbólico del apoyo de los poderes fácticos, mientras se humilla públicamente a los desafectos.
¿Pero esta calma es la que precede a una tormenta? Después de la última devaluación del peso a raíz del anuncio a la reforma judicial, pareciera que las cosas ya se pusieron bajo control y los mecanismos de la propaganda siguen activos. ¿Esto va a resistir la realidad de una reforma que trastoca de fondo el orden jurídico del país? Esta pregunta es decisiva en el futuro inmediato.
Fuente: The Epoch Times en español
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