En 1997 se publicó en Francia El libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión, escrito por destacados profesores universitarios e investigadores europeos. Fue editado por Stéphane Courtois, Director de Investigaciones del Centre National de la Recherche Scientifique, la más prestigiosa organización pública de investigación de Francia.
La obra documenta actos criminales, atentados, asesinatos, torturas, deportaciones masivas, fusilamientos, llevados a cabo por regímenes comunistas. A lo que se deben sumar los crímenes cometidos para instalar sistemas marxistas. En su introducción, Courtois dice: «… el comunismo real puso en funcionamiento una represión sistemática, hasta llegar a erigir, en momentos de paroxismo, el terror como forma de gobierno.» Algo a tener en cuenta para quienes, desde la izquierda, hoy hablan de «terrorismo de Estado».
Las cifras de muertos víctimas del marxismo son escalofriantes: 20 millones en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, 65 millones en la República Popular China, 1 millón en Vietnam, 2 millones en Corea del Norte, 2 millones en Camboya, 1 millón en los regímenes comunistas de Europa oriental, 150.000 en Latinoamérica, 1,7 millones en África, 1,5 millones en Afganistán y unas 10.000 muertes provocadas por el movimiento comunista internacional y partidos comunistas no situados en el poder. Estamos hablando de 100 millones de muertos en menos de un siglo. En las dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945) no se registraron tantas muertes. Se trata, sin lugar a dudas, de un azote de la Humanidad, un flagelo peor que las pestes de la antigüedad, por su resultado letal, por el número de víctimas.
EL CREDO MARXISTA
¿Qué clase de ideología puede llevar a cometer tantos crímenes de lesa humanidad, a bestializar al ser humano hasta transformarlo en «una fría y eficaz máquina de matar», como enseñaba el «Che» Guevara? Sin duda, esa ideología tiene sus particularidades. Se trata de una cosmovisión, o sea, una visión total del mundo, del hombre y de la vida. Que se considera a sí misma infalible, por ser la única con fundamento y validez científica. Un verdadero credo materialista. Un dogma.
Partiendo del endiosamiento de la razón originado en los iluministas de la Revolución Francesa, el marxismo llega al endiosamiento de la ciencia, como única fuente de conocimiento. A su vez, con ese criterio cientificista, afirma que la Historia se explica a través de la vida material, del hecho económico. De allí que se autodefine como «materialismo científico». Así, las etapas históricas se clasifican según el modo de producción: asiático, antiguo, medieval, capitalista. Y, finalmente, llegará la etapa socialista. Pero el hecho económico, para Marx, genera a su vez (dialécticamente) la lucha de clases, que es la causa o motor de todos los sucesos históricos. Por eso, también el marxismo se considera «materialismo histórico» o «materialismo dialéctico». Otra contradicción, ya que toma el método filosófico de la dialéctica hegeliana, que es idealista y no materialista. Para ser verdaderamente «científica», la doctrina marxista niega la trascendencia del ser humano como persona dotada de cuerpo y alma con derechos naturales, la existencia de Dios y cualquier posibilidad de subsistencia de la religión, considerada por Feuerbach «el opio de los pueblos». Así, el hombre queda reducido a una «bestia parlante», al decir de un intelectual español. Marx limita al ser humano a la única dimensión de homo economicus (hombre económico), despojándolo de sus derechos naturales.
De esta manera, el marxismo también arremete contra la Patria, la familia, la tradición y la propiedad. Afirma que las Fuerzas Armadas y policiales constituyen el aparato de represión. Su materialismo «científico» lo lleva a sostener dogmáticamente que esas instituciones son creaciones inventadas por las clases dominantes para oprimir y sojuzgar a las masas. Freud, con su psicoanálisis, va a aportar el complemento ideal a los dogmas marxistas. También sobre base pseudo-científica afirmará que el trabajo es alienante, que la familia es castradora, que los padres son represores, que la moral genera traumas, que la religión es un mito superado por la ciencia, que el cumplimiento de las leyes provoca fobias, neuras y compulsiones, y que los roles sociales llevan a la histeria. Despojado, científicamente, de sus derechos naturales por el dogma marxista, el hombre que concibe Marx como protagonista es el proletario. El proletario no tiene Dios, ni Patria, ni Nación, ni familia, ni propiedad. Pero tiene una misión, descubierta científicamente por Marx, que es luchar contra la burguesía desatando la revolución socialista. Por ello, el economista profeta lanza su consigna: «Proletarios del mundo: ¡uníos!».
LA REVOLUCIÓN
Marx toma la idea de revolución del jacobinismo del siglo XVIII. Es decir, una ruptura drástica y violenta con el orden establecido, con sus instituciones y con la tradición. Y afirma que así como la Revolución Francesa (aunque burguesa) fue un paso positivo para destruir el antiguo régimen, el segundo y definitivo paso será la revolución socialista. Lo dice proféticamente, matemáticamente, como quien recitara que luego de la lluvia saldrá el sol. Porque el oráculo marxista no admite que lo contradigan.
Carlos Marx y Federico Engels dieron el sustento teórico al credo marxista, plasmado en el Manifiesto Comunista de 1847 y en el libro El Capital, cuyo primer tomo se publicó en 1867 y el segundo luego de la muerte de Marx, ocurrida en 1883. Por su parte, Lenin aportará la metodología práctica (praxis) para llegar al poder y ejercerlo, tomando del jacobinismo la idea de gobernar por medio del terror. El asalto de los leninistas al gobierno de Rusia se produjo en 1917, encontrando una fuerte oposición que hubo que aniquilar tras la guerra civil desatada por la revolución marxista. Trotsky, el jefe del Ejército Rojo, no tuvo piedad con sus enemigos, exterminados por millones. Luego le tocaría el turno a él, tras su fuga a Méjico.
Se abolió la propiedad privada, y se declaró que toda la propiedad pasaba a ser colectiva y del Estado socialista, único patrón. Para ello hubo que fusilar a cientos de miles de propietarios que no estaban muy de acuerdo con el despojo. Y a otros tantos proletarios no conformes con un estado patrón despótico. Con espíritu «democrático» se instaló en los papeles la dictadura del proletariado, que pregonaba el marxismo-leninismo. Pero, como las masas proletarias aún no estaban preparadas culturalmente para ser dictadoras, por el momento se hizo cargo de la dictadura Vladimir Ilich Ulianov, conocido en su prontuario como «Lenin». A su muerte lo sucedió otro marxista con prontuario por proxeneta: Joseph Visarinovich Dhugashvili, alias «Stalin». En su larga y también vitalicia dictadura, eliminó sistemáticamente millones de rusos, armenios, ucranianos, lituanos y georgianos. La Nueva Política Económica (NEP) significó que los explotados campesinos fueran expulsados de la tierra y deportados a lejanos campos de concentración y trabajos forzados, los numerosos gulags, muchos de ellos en Siberia, con 50 grados bajo cero. Las purgas periódicas en el ejército, en el partido (único) y entre los funcionarios estatales; la brutal represión; la delación y el espionaje; el Estado patrón y policíaco a la vez; la eliminación de los opositores; la prensa oficial excluyente, y las condiciones miserables de vida de la población, permitieron el dominio de una nueva clase dominante y privilegiada: los miembros de la jerarquía comunista, conocidos como la nomenklatura.
Lenin y Stalin delinearon el «modelo socialista», que sería imitado luego en China, Cuba, Vietnam, Camboya y otros países. Una huelga de los obreros de los astilleros de Gdansk, en la Polonia comunista, encendió la mecha de la rebelión que haría volar por los aires al socialismo. Con la caída del Muro de Berlín, en 1989, el imperio soviético cayó también. Pero, a pesar de su fracaso, subsiste la semilla del odio profetizada por Marx. Y la Humanidad se pregunta cómo es posible que sigan impunes tantos crímenes cometidos en nombre de esa ideología de la muerte. Y cómo es posible que esa ideología se siga predicando, con diferentes rótulos.
Dr. Carlos J. Rodríguez Mansilla, Boletín FNFF nº 116,03/02/2021.
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