El prematuro salto al ruedo electoral de Vicky Dávila marca el inicio de una contienda electoral anticipada que pudiera, sin embargo, favorecer la comprensión de lo que se halla en juego para el país en las elecciones de Congreso y presidencial del 2026.
El transcurrir de los días desde la posesión de Petro ha despejado con creciente claridad los objetivos políticos del gobierno y los instrumentos para realizarlos, fundados en la artera, y pródiga compra de conciencias de una clase política en su mayoría acostumbrada a la veneración de las ventajas dispensadas por Don dinero que, rápida y cuidadosamente el presidente replicó sin tardar en sus propias filas, como si con ello confirmara el poder corruptor de la democracia y del capitalismo. Ello explica la aplicación del dogma progresista de la supuesta “deconstrucción creativa” con la que se pretende, a costa de las libertades individuales, entronizar el estatismo autoritario que siempre se ha traducido en favorecer la conculcación de los derechos y la generación de pobreza de la ciudadanía para someterla al arbitrio de un poderoso leviatán que se considera redentor.
No contento con la abrupta caída de todos los índices de crecimiento económico y social, Petro se ensaña ahora con el Icetex y la financiación de los estudios de la juventud colombiana, con el propósito de marchitar la educación privada, aplicándole el mismo procedimiento con el que ha castigado con éxito al hoy moribundo sistema de salud. Sin compasión alguna por la vida y tranquilidad de los ciudadanos y de sus comunidades, ha prohijado sistemáticamente el deterioro de la seguridad y del control territorial, que se ha acompañado de laxitud y permisividad para con todas las estructuras armadas delincuenciales, a las que convoca en vez de combatirlas, favoreciéndolas con las purgas en los altos mandos de las Fuerzas Armadas y con las limitaciones que les son impuestas en sus capacidades de combate y protección de la población civil. Simultáneamente, pretende controlar todos los poderes del Estado, tarea que paradójicamente se ha visto facilitada por quienes serán sus primeras víctimas.
Ese insólito escenario en el que hasta un expresidente se abstiene de defender su legado, los certámenes electorales del 2026 serán inéditos en nuestra historia y exigirán estrategias nuevas, que permitan superar los peligros que encierran. Desuetos y contraproducentes serán los llamados a coaliciones entre los dos partidos históricos y la U, que no han ahorrado su apoyo subrepticio a las iniciativas del presidente, con el que ahuyentan al elector que sabe de las prebendas que se dispensan.
Los colombianos se aprestan a la búsqueda de nuevos liderazgos que interpreten las angustias ciudadanas y ofrezcan tesón y capacidad para la defensa de la democracia y la recuperación de las instituciones que la rigen. La candidatura de Vicky es la primera, pero no será la última, que opte por explorar y transitar nuevos esquemas de comunicación y de expresión que resalten su carácter independiente y privilegien más cercanas y confiables relaciones con los ciudadanos. Ese ejercicio ya asoma entre quienes se postulan en los dos partidos de oposición que deben dar ejemplo de consentir matices que favorezcan el debate plural al interior de sus filas. El dedazo les es prohibido.
La construcción de un nuevo país es la mayor preocupación de los colombianos. Por ello los candidatos no serán juzgados solamente por sus virtudes, sino también por sus propuestas y la capacidad de sus equipos en la consecución de sus metas. Los enfrentamientos personales son naturales en la contienda, pero subsidiarios de las capacidades de las relaciones de confianza que deben tejerse con la ciudadanía. La ventaja está en el campo de la independencia. Eso parece entenderlo Petro que no halla candidatura viable en sus filas y tendría que optar por imponerse con una disrupción de las elecciones, o la de apoyar a alguien que no sea de su entorno partidista, que para ser viable tendrá que marcar diferencias con su malogrado legado.
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