
El zafarrancho ha vuelto a las calles. Particularmente a Bogotá, ciudad que está siendo escenario de disturbios que no brotan de la nada. No son actos espontáneos de inconformismo social, como quieren hacer creer desde la sede central del régimen oprobioso que asfixia a Colombia. Son, más bien, parte de un guion conocido, de una estrategia cuidadosamente urdida desde los mismos círculos que hoy se lucran del caos. Porque el desorden y la violencia no son un accidente: son el método. Y quien más se beneficia de él se llama Gustavo Petro.
El país vuelve a sentir ese olor a humo, ese ruido de piedras contra los ventanales, los vándalos encapuchados amedrentando a las personas decentes, asaltando locales comerciales, apedreando el edificio de la ANDI, pintando consignas contra «los ricos» y contra los «oligarcas». Ese rumor de turba azuzada que siempre antecede al desastre.
Pero esta vez hay algo distinto: se percibe una sincronía milimétrica, una coordinación que no puede explicarse por la simple «espontaneidad popular». Aquí, como en 2021, hay dirección, hay estructura, hay poder detrás del desorden. Y otra vez, todos los caminos conducen a un mismo antisocial: Petro.
Ese delincuente necesita el fuego. Lo necesita para mantener viva la tensión, para alterar los ánimos, para hacer creer que el país está al borde del abismo… y que solo él puede salvarlo del precipicio.
Cada vez que su gobierno se hunde en la incompetencia o la corrupción, aparece el humo en las calles. Cada vez que la opinión pública alza la voz para denunciar el desastre en el que ha convertido a Colombia, surge la agitación, la rabia, la trinchera. Es un libreto tan viejo como eficaz: provocar el desorden, acusar a los demás de haberlo causado y luego posar de víctima. Es una constante: Petro no gobierna; incendia. No construye; destruye. No une; divide. Su poder depende de que la sociedad permanezca crispada, llena de odio, polarizada hasta el tuétano. En la calma no puede sobrevivir; necesita la tempestad para respirar.
Y como buen incendiario, Petro nunca asume responsabilidad alguna. Siempre hay un otro: el «enemigo invisible», la «derecha golpista», los «medios manipuladores», la «oligarquía criminal», y desde hace poco apareció uno más: el gobierno de los Estados Unidos. Todos culpables, menos él. La maniobra es evidente: crear el caos y señalar culpables para reforzar su monserga de perseguido, de mártir político, de redentor incomprendido. Es el mismo truco de siempre, pero en versión criolla. Es la política del humo, del fuego útil, de la destrucción programada.
Roma también ardió un día, y su emperador, Nerón, la contempló desde lo alto mientras tocaba la lira y recitaba versos sobre la caída de Troya. Las crónicas cuentan que el fuego lo fascinaba, que el poder lo embriagaba y que el dolor ajeno lo inspiraba. Y cuando el pueblo exigió justicia, hizo lo que hacen los cobardes: culpó a los inocentes. Señaló a los cristianos, los convirtió en chivos expiatorios y los lanzó a los leones. Así consolidó su poder sobre las cenizas de su propio crimen. La historia, una vez más, parece repetirse. Solo cambian los nombres y los instrumentos: la lira de Nerón hoy es un micrófono; su teatro, las redes sociales; su incendio, las calles de Bogotá.
Petro, como Nerón, necesita que el país arda para seguir gobernando. Cada piedra lanzada, cada estación incendiada, cada vidriera rota es una nota más en su sinfonía del caos. Mientras el pueblo se enfrenta y se odia, él sonríe. Mientras la economía se derrumba y la inseguridad devora los barrios, él canta su melodía de «transformación y justicia social». Es el gran truco del autócrata moderno: incendiarlo todo y aparecer luego como el bombero.
Colombia no puede seguir soportando a este aprendiz de Nerón. No puede aceptar que el desorden se use como estrategia política ni que la violencia se disfrace de revolución. Petro no gobierna para la paz, sino para la pelea. No busca reconciliar al país, sino incendiarlo para conservar el poder. Su revolución no libera: devora. Su discurso no ilumina: enceguece. Y su fuego no purifica: destruye.
Llegará el momento —porque la historia siempre lo exige— en que las llamas se apaguen y solo queden las cenizas. Ese día, cuando el humo se disipe y el país contemple los restos de lo que Petro ha hecho, se sabrá la verdad. Y aunque él intente, como Nerón, culpar a otros, el juicio de la historia no le permitirá esconderse entre las sombras. Porque al final, en toda Roma incendiada, siempre hay un responsable que creyó que podía quemar la ciudad para salvar su trono.
En ese momento, el país entenderá que el fuego no fue un accidente, sino un proyecto. Y entonces, con la fuerza moral que da la verdad, el pueblo podrá decir, con la voz firme que rompe el miedo: Nunca más a gobiernos de izquierda, corruptos, asquerosos y criminales.
Publicado: octubre 6 de 2025
Los Irreverentes
https://losirreve.rentes.com/2025/10/neron-tropical/