¿Cómo podemos abrigar la esperanza de que algún día nuestro país saldrá del hoyo profundo en el que se debate, si hemos perdido la confianza en todo lo que nos rodea?
Aunque somos una de las más antiguas democracias de América, preciso es reconocer las graves falencias que aquejan a nuestro sistema político. Hemos manipulado la democracia en provecho de egoístas intereses, desde el momento en que se ha permitido la compra de votos, el fraude, el engaño a las masas de electores y la enorme corrupción que gira alrededor de cada votación.
“Yo ayudo a elegirte y luego tú me lo compensas con contratos” parece ser la fórmula para superar los astronómicos costos que han alcanzado las campañas electorales. La entrada de enormes inyecciones de dinero cambiaron la historia en la elección de Ernesto Samper (recordar proceso 8.000) y en la reelección de Santos (Odebrecht y compañía). Conclusión: Ya nadie cree que quienes se hacen elegir lo hacen para trabajar por el país o para decidir qué es lo mejor para el pueblo colombiano.
Pareja con esta desgracia, corre la de la Justicia, permeada doblemente. De un lado por el “marxismo cultural” inoculado a los futuros jueces desde la cátedra universitaria infiltrada por la ideología comunista y, del otro, por la nociva intervención de gobernantes como Santos, quien puso a las Cortes a su servicio mediante el manejo político en la elección de magistrados y la concesión de prebendas y privilegios sin cuento. No es de extrañar que, al final, terminara descubriéndose el “cartel de la toga”, para acabar con cualquier asomo de credibilidad del pueblo en sus jueces.
Todo ha sido convenientemente filtrado a la opinión por uno de los grandes beneficiarios de esta corruptela monumental: los medios de comunicación. A cambio del mayor soborno del que se tenga noticia en nuestra historia, al que eufemísticamente llaman “la mermelada”, se han dedicado a tapar todas las violaciones cometidas contra la Democracia, la Verdad, el Estado de Derecho. No les importó que en un humillante acuerdo abiertamente espurio se claudicara frente a los más crueles criminales. Tampoco se han atrevido a investigar a fondo y sin tapujos la corrupción y la defraudación al fisco cometida en las últimas dos administraciones, pues ellos han hecho parte de ese podrido sistema de expoliadores. Ahora, cuando comienza a escasear “la mermelada”, y se alejan las audiencias por falta de confianza, se cierne sobre algunos la amenaza del cierre.
Es deber de todo estadista, conocer y saber interpretar el sentir de sus gobernados. Si en Colombia hemos perdido la confianza, habría que enderezar el camino y recuperarla, no con discursos ni anuncios de prensa, sino con hechos y programas tangibles.
Requerimos contundencia en la lucha contra el narcotráfico y la guerrilla, ahora disfrazada de “disidencias” (las que nunca han sido desautorizadas por los que dirigen las Farc). Creemos que la camisa de fuerza de un acuerdo espurio debe ser derogada para recuperar la autoridad entregada a los narco-guerrilleros. (Basta con preguntarle al pueblo mediante referendo si está de acuerdo con que el Congreso haya suplantado su voluntad expresada en el plebiscito, así de sencillo). Una reforma total a la Justicia con cambio de todos los magistrados se impone para volver a creer alguna vez en nuestra administración de Justicia. Un plan contra la corrupción efectivo que empiece por imponer la “meritocracia” en todos los niveles del Estado y en todas las ramas y el desalojo de quienes contribuyeron a la corrupción en la última década, nos permitirán, tal vez, volver a tener confianza en los gobernantes. La derogatoria de las normas que pretenden instaurar a la fuerza la ideología de género y la generalización del aborto, es indispensable para devolver la confianza a los colombianos en un Estado que de veras protege a la familia en lugar de promover su desaparición.
Por Luis Alfonso García Carmona – Director ARCO – La linterna azul – 8/02/2020
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