En un mundo globalizado como éste que nos ha correspondido compartir, no podemos soslayar lo que ocurre allende nuestras fronteras para sacar conclusiones aplicables a nuestra realidad.
El sorpresivo triunfo de Donald Trump cuando parecía que la primera democracia del mundo se había doblegado ante la ideología “woke”, el avance del materialismo, el abandono de los valores morales en aras de la ideología de género, y, en general, la pérdida de los valores espirituales, surgió con ímpetu increíble —como un tsunami— la movilización de las masas para dar la victoria a quienes defendieron ideales tan caros para el pueblo como “Dios, Patria y Familia”.
Es un ejemplo del que podemos extraer sólidas enseñanzas que nos ayuden a entender nuestra propia coyuntura y a actuar de conformidad.
Nos hemos quedado en un rechazo al régimen que dicen las estadísticas está cerca del 70%, y en una indignación adobada de impotencia que se traduce en el grito desesperado de las multitudes que corean “Fuera, Petro” do quiera que se reúnen en forma multitudinaria.
Pero nos negamos a entender que estamos en presencia de una camarilla que nos quiere arrebatar nuestra identidad nacional. Pasamos de largo ante la dura realidad que nos plantea una batalla cultural, no una mera confrontación para cambiar al presidente de turno. ¿Cuándo vamos a entender que lo que nos estamos jugando es el futuro del país y el de nuestra descendencia? Comprendamos de una vez por todas que si perdemos esta batalla caeremos en las garras del comunismo, ahora oculto bajo las banderas del “cambio” o del “progresismo”. Revisemos una por una las decisiones de la camarilla gobernante enderezadas a la pauperización del pueblo para colocarlo bajo su control, al desmoronamiento de las fuerzas del orden para impedir que podamos recuperar el orden constitucional perdido, a la destrucción de la familia para que sea el Estado totalitario quien forme o deforme a nuestra juventud, al blindaje del narcotráfico y de la criminalidad para que sirvan de aliados en la tarea de perpetuar el régimen comunista en las próximas décadas.
¿Qué es lo que no queremos entender cuando nos informan a diario sobre lo que está ocurriendo en Cuba, en Venezuela, en Nicaragua y lo que quieren reeditar en Bolivia, Ecuador, Brasil, Chile y Colombia?
¿Por qué no somos consecuentes y actuamos de manera eficaz ante la amenaza que se cierne sobre nuestras vidas y las de nuestros hijos? Si el llamado es a librar una batalla cultural, no podemos responder con la tímida convocatoria a las próximas elecciones, con un candidato vinculado a las viejas élites, para ofrecer al potencial electorado más de lo mismo.
A grandes males, grandes remedios. Es el momento para revitalizar nuestra democracia despojándola de los mecanismos que la han encadenado al clientelismo, a la compra de votos, a la corrupción, a la politización de la Justicia y tantos males que ahora se convierten en las principales armas para perpetuar a los representantes del mal en el poder. Sobre el particular opina Jacques Maritain:
“Aquí nos hallamos en presencia de ese maquiavelismo impetuoso, irracional, revolucionario, violento y demoníaco, para el que la injusticia sin límites, la violencia sin límites, la mentira y la inmoralidad sin límites, son los medios políticos normales, y que extrae una abominable fuerza de ese carácter ilimitado del mal. Y bien podemos advertir qué clase de bien común es capaz de aportar a la humanidad un poder semejante, que sabe perfectamente cómo no ser bueno, y cuya hipocresía es una hipocresía consciente y feliz, una hipocresía ostentosa y gloriosamente promulgada, cuya crueldad aspira tanto a destruir las almas como los cuerpos y cuya mentira es una perversión total de la función misma del lenguaje.”
Somos testigos de excepción de numerosos eventos que evidencian la inmoralidad y la absoluta carencia de ética en la gestión de quienes nos gobiernan. Para muestra un botón: En marzo del 2023 unos encapuchados autodenominados “guardia indígena” secuestraron a 78 agentes de la Policía y degollaron al subintendente Ricardo Monroy. Los patrulleros habían sido enviados a proteger las instalaciones de la empresa Emerald Energy, amenazada por los terroristas, y la Casa de Nariño los envió sin armas de fuego letales para su protección personal. Durante varias horas fueron atacados por los secuestradores, defendiéndose solamente con cartuchos de gases lacrimógenos hasta que fueron apresados y despojados de radios, instrumentos de defensa y uniformes. En medio del ataque solicitaron los agentes el apoyo del Gobierno, el cual les fue negado, a pesar de que se encontraba a poca distancia un contingente del Ejército, el cual recibió órdenes de retirarse del lugar. Ni el Ministro de Defensa, Iván Velásquez, ni el de Interior, Alfonso Prada, hicieron absolutamente nada para socorrer a los policías secuestrados. Este último calificó el secuestro como un “cerco humanitario”. Ha pasado más de un año y este concurso de delitos (concierto para delinquir, homicidio, secuestro, porte ilegal de armas) que involucra la complicidad del alto gobierno, continúa impune. En cualquier país del mundo no solamente habría sido sancionado con las máximas penas, sino que estaría en entredicho la permanencia en el poder del Presidente, los Ministros y los altos mandos salpicados de coautoría o complicidad.
Ni la sociedad, ni los altos mandos de la Fuerza Pública, ni los organismos de investigación, ni nuestra pomposa Administración de Justicia han tenido tempo para sancionar este execrable atentado contra la ley, la autoridad y la seguridad de los colombianos. ¿Cuándo acabaremos por entender que aquí lo que se requiere es un revolcón para restablecer el Estado de Derecho, el orden constitucional, la dignidad de la persona humana y el Bien Común, espiritual y material de todos los colombianos?
Por: Luis Alfonso García Carmona
https://lalinternaazul2.wordpress.com/2024/11/12/que-es-lo-que-no-hemos-acabado-de-entender/