¿Qué hacer cuando el comunismo quiere que te rindas?

Sufrimos el trauma paralizador de creer que no hay esperanzas para nuestro país, que el comunismo “llegó para quedarse”, que el castrismo es invencible, que no vale la pena abrir la boca.

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Foto: Cubanet

LA HABANA.- La USAID ha sido intervenida y puesta bajo el control del Departamento de Estado. Miles de millones de dólares en ayudas al exterior han sido congelados y esas acciones,  junto con otras que apenas comienzan, ponen nerviosos a unos cuantos, así como eufóricos a quienes esperan que los acontecimientos obren a su favor una vez que la falta de financiamiento comience a hacer estragos en los medios, organizaciones y proyectos que dependen de un dinero difícil de obtener por otras vías. En un mundo donde tanto la “información” como los sujetos y objetos de la “noticia” cada día se parecen más al espectáculo que domina la televisión y las redes sociales, de modo que, con frecuencia, solo lo divertido, lo fácil y lo ligero son altamente rentables.

Enfrentarse a una dictadura, investigar a fondo los mecanismos que alimentan a un sistema represivo y críptico, propiciar espacios que den voz a las disidencias, brindar protección a las víctimas de la violencia política, exponer la corrupción y a los principales corruptos, mostrar la realidad tal cual, más allá de lo que se proyecta hacia el exterior desde el poderoso aparato de propaganda de un régimen totalitario —hábilmente conectado con los grupos de izquierda que dominan universidades y grandes medios de prensa a nivel mundial— no es ni divertido ni fácil cuando hay cárcel, golpizas, destierro y muertes por medio. Aunque sí es altamente rentable, no en términos de dineros sino de progreso a nivel social, en tanto derribar una dictadura —cuya principal estrategia de control se sostiene en el empobrecimiento general de la población, sobre la base de convertir los derechos humanos en privilegio de una casta—, es esencial para comenzar a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.

Pero no es posible acabar definitivamente con una dictadura si antes no se la expone, cuestiona, emplaza y ridiculiza a la vista de todos, más cuando por décadas el chantaje, el terror y la manipulación constante que los comunistas llaman “trabajo ideológico” —al que se subordina una economía en crisis, en tanto su principal objetivo ha sido financiarlo— ha terminado por deformar la conciencia general de los ciudadanos. Todos podemos ver lo mal que marcha la vida a nuestro alrededor —incluyendo la nuestra— pero muy pocos somos conscientes de la capacidad que tenemos para cambiar el estado precario de las cosas sin siquiera disparar una sola bala, sino apenas decidiendo poner fin al papel de víctima que nos han impuesto, y comenzando a desobedecer lo que jamás debió ser obedecido.

Ese arduo proceso de escapar del “coma inducido”, ese despertar, solo se logra cuando existen organizaciones, medios y proyectos que, sin desviarse del objetivo que es el bienestar común, el progreso social, y sin reproducir en ellos ni siquiera un mínimo rasgo del monstruo al que combaten (corrupto, grosero, mezquino, mentiroso y de doble moral), perseveran en el intento de contrarrestar ese “trabajo ideológico” que solo por sus expresiones más chapuceras no deberíamos pensar que es un enemigo fácil de vencer, cuando en realidad se trata del arma que más daño ha causado entre nosotros. Un arma que es responsable, por igual, del modo lastimero o festinado como nos mira el mundo desde lejos, así como de eso mucho peor que pudiéramos llamar nuestro “trauma nacional”.

El trauma paralizador de creer que no hay esperanzas para nuestro país, que el comunismo “llegó para quedarse”, que el castrismo es invencible, que no vale la pena abrir la boca, que nada cambiaremos al protestar y al denunciar, que estamos irremediablemente perdidos y que nadie nos está buscando. El trauma que nos lleva a emigrar antes que a pelear, a intentar escapar de él cuando en realidad es el trauma lo primero que metemos en nuestro equipaje, y lo último a lo que echamos mano cuando necesitamos justificar por qué nos cruzamos de brazos una vez que nos sentimos a salvo, aunque a lo lejos, resignados a nuestra condición de excluidos.

El trauma absurdo y ridículo de contentarnos aún sabiendo que dejamos de ser “ciudadanos” para convertirnos en “emisores de remesas”, que es igual al trauma de persistir en ignorar que fue precisamente la dictadura quien nos empujó al exilio masivamente porque ese fue el modo que encontró como solución a su economía hundida. Y de paso sacó rentabilidad del descontento y la impopularidad crecientes. Le somos más útiles afuera, lejos de la Isla, que adentro “dando el berro” en las calles o haciendo ese periodismo temerario al que le teme mucho más que a las bombas  porque muestra al ciudadano de a pie —tanto como al verdugo que lo reprime— quién es el verdadero “odiador” en esta larga historia de odios, censuras y represiones.

Nos quieren lejos, y nos quieren en silencio, y si no obedientes al menos resignados. Pero sobre todo nos quieren divididos y enfrentados bajo el trauma de estar seguros de que todo lo que hagamos contra ellos es en vano, cuando la realidad es que a fuerza de periodismo y de activismo valientes los hemos puesto contra las cuerdas. Por eso el castrismo moribundo reza para que los jueces no solo toquen la campana sino que también corten el oxígeno al peleador que lleva la ventaja, ignorando, primero, que ya la campana tocó varias veces hace tiempo (de un lado y del otro) pero aún así continuamos peleando. Ignoran también que el verdadero oxígeno para que un país, un negocio y una persona sean prósperos y vencedores no es el dinero sino la libertad plena, y esa no hay que esperar a que nadie nos la otorgue, esa se alcanza en el preciso instante en que la practicamos individual o colectivamente como un derecho aún en la adversidad.

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