El discurso del presidente Petro en Naciones Unidas ratifica su rechazo a la iniciativa privada y su desdén por la acción y la ejecución.
Esta semana el presidente de la República, Gustavo Petro, dio el tercer discurso ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York en lo corrido de su gobierno. Si bien el primer mandatario ha privilegiado este particular escenario para exponer los peligros del cambio climático- el año pasado llamó a “expandir el virus de la vida por las estrellas del universo”, sus palabras exponen bien su dificultad para reconocer las capacidades transformadoras que ha tenido la iniciativa privada sobre la vida en el planeta.
Más allá de su característico y excesivo ejercicio retórico, el presidente Petro envía en el fondo un mensaje profundamente económico: “el libre mercado no era la libertad, como decían, sino la maximización de la muerte”. Para el mandatario, “hoy hay que escoger si es la vida o la codicia, si es la Humanidad o es el capital”. En otras palabras, la iniciativa privada y las libertades económicas son las responsables de la crisis climática y de crear una “oligarquía global” que lleva a la Humanidad a su propia extinción”.
No es la primera vez que el mandatario equipara el capitalismo a la muerte ni que desconoce cómo las fuerzas de la libre empresa han asimismo contribuido, en conjunto con la esfera política, al avance de muchas problemáticas sociales y económicas. En la era en la cual esta organización de la economía de mercado ha sido la preponderante, muchos indicadores de la calidad de vida, de la educación y de la salud de miles de millones de seres humanos han mejorado generación tras generación.
No se trata de negar el papel protagónico de los combustibles fósiles y su integración en el funcionamiento de la economía mundial, ni tampoco minimizar las inaceptables brechas de todo tipo -no solo económicas sino también de libertades políticas- que hoy separan a la población. Pero, reiterar esa polarización entre la “oligarquía global” del 1% y el resto de los ciudadanos como la diferencia crucial en la crisis climática muestra un abordaje simplista y maniqueo, que ignora cómo las clases medias estén embebidas en esa economía que necesita bajar emisiones.
Al contrario, los mejores ejemplos en los que la comunidad internacional ha enfrentado desafíos globales en las últimas décadas han sido por la vía simultánea de confianza en provisión privada de salidas, tecnologías o recursos, y de urgencia en la coordinación y cooperación multinacional. Ante esa mirada presidencial sospechosa de los mercados y de la libre empresa, no genera sorpresa la dificultad que ha tenido la administración Petro para desplegar un plan integral de reactivación de la economía.
El primer mandatario ratifica en su intervención de 18 minutos su desdén por la presentación de propuestas o llamados a la acción. Aunque las Naciones Unidas no se caracterizan por su orientación a la rápida ejecución, sí constituyen un foro para construir alianzas y espacios diplomáticos. Pero que la salida a esta compleja crisis climática que pone Petro en este foro global sea una “revolución global” de corte socialista, habla más de sus políticas económicas domésticas que de su doctrina exterior.
Todo lo anterior en medio de una ausencia, en el contenido del discurso, de Colombia y de lo que su gobierno está haciendo para encarar este reto. En conclusión, la narrativa presidencial privilegia la conocida visión catastrofista sobre el cambio climático; sin embargo, lo más preocupante son tanto el rechazo al rol de la iniciativa privada como la falta de salidas y de planes de acción.
FRANCISCO MIRANDA HAMBURGER
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